En apenas cuatro años, los que median entre la publicación del EP autoproducido “Depresión Sonora” (2020) y este nuevo EP, Depresión Sonora se ha consolidado como una de las voces más personales y reconocibles de nuestra escena independiente, maximizando el rendimiento de unos recursos expresivos que, en sus manos, parecen multiplicarse en matices y prestaciones, suscribiendo la norma de estilo del pop siniestro pero imponiendo una acentuada personalidad artística que ha calado entre el público a ambos lados del Atlántico.
Tras ampliar perspectivas y ambiciones con su primer larga duración, ese “El arte de morir muy despacio” (2022) que engrosó la lista de los mejores álbumes nacionales de aquel año para Rockdelux, el madrileño Marcos Crespo vuelve al formato que lo puso en el mapa con “MAKINAVAJA”, disco coproducido junto con Diego Escriche (La Plata) y Harto Rodríguez (ANTIFAN) que revalida –en cuatro canciones y once minutos– su envidiable estado de forma.
Secuenciado con astucia, el disco alcanza inmediata velocidad de crucero gracias a “mala”, que confirma a Crespo como hábil melodista de pluma confesional entre bordoneras eléctricas, hi-hats nerviosos y guitarras a la contra: “Quiero ser / la luz de la vela / de tu cabecera / cuando lees la mierda / pero sincera / que escribo yendo ciego”. La siguiente pieza de este breve puzle, mucho más atmosférica, es “vivo del aire”, un medio tiempo al estilo de los The Cure de “Disintegration” (1989) con pespuntes de guitarra impresionistas y la voz de Marcos clavando un estribillo ultrarromántico: “Vivo del aire / vivo de oírte hablar / vivo de ser de alguien / por quien podría matar”, dejando claro antes de terminar que todavía hay cosas que el dinero no va a poder comprar.
El tono del EP cambia radicalmente con “nada importa”. También su tempo. El patrón rítmico se encabrita, el estado de ánimo es el que es –“triste y cachondo”, afirma el vallecano– y el nihilista motto de la canción va adquiriendo profundidad y urgencia –los coros en segundo plano subrayan el desespero– conforme esta avanza. Y “estupefacientes” supone un cierre inmejorable. La favorita del lote se aferra a un ritmo cuadrado en plan New Order al que suma un desempeño vocal ensoñador entre tapices de teclados tenues, todo ello para acentuar la sensación de aislamiento y lisergia voluntaria –un bucle del que sus protagonistas no aciertan a salir– que no tarda en calar más allá de nuestra vulnerable epidermis. Cuatro de cuatro. Un pleno. Queremos más de esto. ∎