La trayectoria de Dhafer Youssef se ha venido construyendo sobre el objetivo de fijar un espacio de diálogo entre una educación a cargo de una familia asociada a una larga tradición de muecines y su contacto juvenil con el jazz a partir de estancias en Viena o Nueva York. Una misión que el cantante y oudista no ha abordado en solitario, ya que, desde su debut con “Malak” (1999), optó por rodearse de solventes firmas como Marcus Stockhausen, Nguyên Lê o el contrabajista francés Renaud Garcia-Fons, a quienes después se han ido sumando otros colegas del nivel de Uri Caine, Mark Guiliana, el cubano Omar Sosa o el noruego Nils Petter Molvær. Ahí es nada.
Su noveno álbum como líder (décimo si incluimos “Glow”, de 2007, suscrito a dúo con el guitarrista austriaco Wolfgang Muthspiel) reincide ahora en modelos precedentes, ampliando el aforo del cuarto de invitados con una nómina de impresión en la que figuran Herbie Hancock, Dave Holland, Marcus Miller, el trompetista Ambrose Akinmusire, el indio Rakesh Chaurasia (sobrino del gran Hariprasad Chaurasia), los baterías Vinnie Colaiuta y Adriano Dos Santos o, de nuevo, la guitarra de Nguyên Lê. Tan multicultural elenco converge en un lustroso despliegue que, partiendo de aquella premisa inicial, arroja también ostensibles rastros de sus protagonistas, para quienes el tunecino escribió expresamente las piezas que integran el álbum. De ahí que no sea difícil conectarlo a un enclave que alude por igual a la fusión de los setenta del pasado siglo, tanto en imagen como en técnica –con Hancock incluso recuperando el espíritu de sus Headhunters y el talkbox en “Flying Dervish (“Omar Khayyam” Suite)”–, así como a sonoridades hindúes o al pulso funk de aquel “Tutu” (1986) que Marcus Miller compusiera parcialmente y produjera para Miles Davis.
El liderazgo de Dhafer Youssef se concreta de modo más propio en cantos que, paralelamente al bautizo del disco, evocan timbres y melismas que el muecín lanzaba desde el minarete y a la sombra de cuyos ecos creció. También en ejercicios íntimos representados por “Whirling In The Air”, con un hermoso diálogo de su oud con el bansuri de Chaurasia, o en dedicatoria y desarrollos de capítulos más reposados como “Flying Dervish Intro (Omar Khayyam Suite)”, donde su aguda y épica voz –sometida a cirugía, por cierto, antes de la pandemia– rinde honores, al igual que con “Sharq Suite”, a culturas y territorios musulmanes.
Todo parece jugar a favor de un disco concebido como un viaje espiritual y temporal pero también geográfico –Los Ángeles, París, Lyon o Gotemburgo forman parte del itinerario de su producción– cuya mística búsqueda de memoria se ve, no obstante, lastrada en ciertos momentos por un aséptico y efectista virtuosismo, puede que en un intento por conformar a tan ilustre nómina de concurrentes. Ni más ni menos que la rémora que terminó degradando a aquel pasado fusionero al que este “Street Of Minarets” se remite en muchos de sus pasajes. ∎