No he podido evitar acordarme de Jeff Tweedy tan pronto como este álbum ha comenzado a atronar en mi PC: Richie Sambora y Dolly Parton juntos, en el corte que le da título. El copartícipe de una de las canciones que el líder de Wilco más odia en el mundo (“Wanted Dead Or Alive”, de Bon Jovi) y la autora de una de las composiciones más saturadas de azúcar de las últimas décadas –toda leyenda puede permitirse un borrón, dice con razón–, como fue “I Will Always Love You”, de la que también echa pestes. Lo cuenta en su libro “Un mundo en cada canción” (Contra, 2023). Mejor no saber qué pensará de las otras 29 canciones que integran el 49 álbum de estudio de una de las reinas del country en su postrera y puntual reconversión al rock, dos horas y veinte minutos que se hacen más largos que un día sin pan.
Tiene algo de paradójico que Dolly Parton sea considerada un icono feminista y a la vez haya decidido grabar esto como gesto de complacencia ante los gustos de quien es su marido desde 1966, Carl Dean (fan de Led Zeppelin, el hard rock y el bluegrass), especialmente cuando el resultado es una oda al más rancio macho rock que uno pueda imaginar a la altura de 2023, por mucho que nos quiera convencer de que toda partitura es susceptible de resignificarse y por muy variada que sea la casi inigualable nómina de colaboradores reunida: Steven Tyler, Sting, Elton John, Melissa Etheridge, Linda Perry, Pat Benatar, Paul McCartney, Ringo Starr, Debbie Harry, Joan Jett & The Blackhearts o Kid Rock, entre muchos otros, versionando material casi siempre atribuible a todos ellos. Tan solo Mick Jagger se le resistió por agenda y Robert Plant porque no tuvo ganas, de ahí que aborde “(I Can’t Get No) Satisfaction” con Brandi Carlile y “Stairway To Heaven” con Lizzo, de forma tan desteñida como casi todo el repertorio restante, reproducido como si estuviéramos ante una banda de tributo en un club de Las Vegas. Una auténtica ensalada de tópicos, estereotípicos riffs metaleros, irritantes lugares comunes, estribillos inflamados por la sobreactuación en versiones tan espectacularmente vacías como un gran ninot de cartón piedra y la reincidencia en evocar un reguero de clásicos que de tan obvios resultan a veces caricaturescos, con relecturas que no aportan absolutamente ningún plus a los originales. Es la redundancia hecha disco.
Ella dice que lo suyo, al menos en actitud, es rock. Que siempre lo ha sido, en cierto modo. Y supongo que habrá que creerla. Capricho extemporáneo, apabullante muestra de poder de convocatoria o simplemente un deseo –más que bien ganado– de cambiar de piel a sus 77 estupendos años, “Rockstar” puede ser visto simplemente como un movimiento simpático o como un inane brindis al sol. Depende de la perspectiva. En ningún caso como un trabajo de relevancia siquiera mediana. Siendo tremendamente benevolentes. Esto es un pintón álbum de cromos que solo se homenajea a sí mismo y del que uno apenas salvaría los duetos con Stevie Nicks en la inédita “What Has Rock And Roll Ever Done To You”, con John Fogerty en el clásico de Creedence Clearwater Revival “Long As I Can See The Light” y con Rob Halford (Judas Priest) y Nikki Sixx (Mötley Crüe) en la nueva “Bygones”. No creo que interese demasiado ni a los fans acérrimos ni a los rockeros despistados. Pero qué buen rato han debido pasar grabándolo. Eso no se lo quita nadie. ∎