En la portada de “Raio”, nuevo disco en solitario de Domenico Lancellotti (Río de Janeiro, 1972) tras el fantástico “The Good Is A Big God” (Luaka Bop, 2018), se retrata al artista siguiendo, concentrado, un ritmo imaginario que toca sobre una mesa, en un gesto que podemos imaginar habitual en Lancellotti y que seguramente nosotros mismos repetiremos durante la escucha de su nuevo trabajo.
Porque se nota en él que Domenico es, ante todo, percusionista. Uno de los más demandados entre artistas de la talla de Gilberto Gil o Caetano Veloso o de renovadores de los sonidos brasileños como Kassin o Moreno Veloso. “Raio” nos atrapa (nos alcanza, si jugamos con su nombre: “relámpago” en portugués) y nos transforma con sus ritmos sincopados, omnipresentes a lo largo de todo el álbum incluso hasta cuando no suenan las baterías, las claves, las palmas o los tambores. El ritmo es el segundo idioma oficial en Brasil y se practica con respeto, detalle, precisión y, en el caso de Domenico, con sutilidad y espiritualidad.
“Raio” es un disco zigzagueante de inicio a final, desde el título, ese relámpago en forma de Z que imaginamos lejano en la playa, como una tormenta refrescante por venir y que conectará cielo y tierra, universo y raíces, hasta su primer tema, “Vai a serpente”, que repta hasta transformarse en la segunda pista, la juguetona “Snake Way”.
Zigzagueando, siempre zigzagueando entre Caetano, la bossa nova más europeizada y psicodélica y el tropicalismo menos estridente. Entre Milton Nascimento, João Donato, Gal Costa (cuanto aporta su voz Nina Miranda) y, por qué no, la adaptación a la música popular brasileña desde Gales que ha hecho otro amigo y artista con el que ha colaborado Domenico recientemente, Carwyn Ellis & Rio 18. Incluso cercano por momentos al espíritu experimental de Tom Zé, a quien homenajea de forma tímida en su “Tema pro Zé”.
Elementos como flautas, sintetizadores utilizados en muchas ocasiones como theremines, clarinetes, clarones y trompetas y, en fin, un festival de metales, teclados y elementos percusivos sin descanso (un detalle importante es que las canciones no acaban, conectan unas con otras transformándose permanentemente de forma natural, siempre zigzagueando) hacen que “Raio” tenga un carácter cinemático y cinematográfico, como un imposible vuelo en tren conectando con un traqueteo continuo su Río natal con su Lisboa de acogida. Maravillas instrumentales como “Dynamo” asientan esa sensación de movimiento y siempre desembocan en la calma, en esa ensoñación de bossa más clásica que es “Confusão”, como si Domenico nos estuviera queriendo transmitir que, a pesar de esa extrañeza que suponen los cambios de residencia y de vida, hubiera encontrado su lugar y estuviera en calma consigo mismo y con la tierra, al otro lado del Atlántico, viendo llegar e irse la, de nuevo, zigzagueante “Onda do mar”. La transformación continua. Zigzag.
“Dynamo” fue precisamente el germen del que nació el disco, fruto de una instalación artística del mismo nombre que Lancellotti ideó para la Bienal de Kansas City de 2018, invitado por la multifacética artista portoalegrense Lúcia Koch. Muchas de las canciones surgieron precisamente de aquella obra que el percusionista instaló en la barriada negra que vio nacer a Charlie Parker y al primer periódico de la comunidad afroamericana. “Dynamo!” fue una instalación que jugaba con el movimiento, los colores, el sonido y la naturaleza en el contexto de la barriada negra en que se encontraba, y dio lugar a temas como la bossa broadcastiana de “Mushroom Room”, el fantástico tema homónimo o la canción que cierra el álbum.
El disco ha sido grabado, como ya parece que es marca de la casa en muchas de las entregas de Banana & Louie (y de la vida global que la pandemia ha acelerado), en y desde varias localizaciones, sobre todo a raíz del advenimiento de la COVID-19: Nina Miranda pone la voz desde Londres en dos temas, Piotr Zabrodsky aportó pianos y teclados desde Varsovia, y Daniel Carvalho mezcló y masterizó todo desde Río con amor. Pero hasta dieciséis músicos participaron en él para conformar el sonido más colorido y coral que se pueda escuchar hoy en día partiendo de las sonoridades brasileñas.
A la vez que finalizaba la creación del disco, Lancellotti comenzó a asistir a rituales de comunidades indígenas como la Huní Kuin, cuya ancestral expresión musical conecta con la naturaleza, el bosque, las plantas y los espíritus. Y como otro ingrediente más de su caleidoscopio musical, los espíritus de estas tribus brasileñas y peruanas se filtran en su música, siempre porosa.
“Raio”, subraya Lancellotti y lo hemos repetido aquí, es un disco “sobre la transformación permanente”. Como la serpiente, tan presente en el álbum, que muda de piel continuamente para desprenderse de parásitos y limpiar sus heridas, como el fenómeno meteorológico que da nombre y sentido a la obra y atraviesa hasta las raíces de las plantas, como la percepción que se tiene de esta música, de toda música, en cada contexto y en cada momento, como la vida misma.
El viaje se cierra con una maravilla conceptual, una elegía en forma de breakbeat analógico y tropicalista que no sin humor, además de homenaje al edificio donde se publicó por primera vez en 1919 el ‘Kansas City Call’, titula “Newspaper”. “Disconnect / to connect”, repite Lancellotti en un trance que imita la urgencia de tráfico y la vida urbana antes de desembocar en una grabación de campo ambiental de un manglar o jungla, ante la que el artista nos apremia: “This song wish a big disconnection to connect”. Y entonces nosotros también caemos hipnotizados, transformados, por los espíritus del bosque y los Huní Kuin, y nos desconectamos. ∎