Después de un álbum tendente a cierta claustrofobia, “Vie étrange” (2020), grabado entre los confinamientos pandémicos, Dominique A suelta lastre mental y vuelve a encarar el rumbo hacia los horizontes abiertos, buscando una reconciliación poética y amable con la naturaleza, y valiéndose de un espacioso cromatismo sónico. “Le monde réel” marca el trigésimo aniversario de su obra fundacional, “La fossette” (1992), y lo muestra imperial en su manejo de líneas melódicas y arreglos, de modo que no es exagerado encajarlo como un punto de esplendor en su carrera.
La relación del artista con el medio ambiente flota en torno al cancionero desde su arranque con esa voz de alarma llamada “Dernier appel de la forêt”, que va alzándose, a partir de un piano impresionista, a lo largo de casi siete minutos, dejándose enredar por cuerdas aventuradas que acaban dominando la escena. Cobra forma la sensación de que el poeta se siente repentinamente abrumado ante las expresiones de vida propia del medio natural, que fácilmente pueden derivar en amenazas: “les séismes et les avalanches / les virus et les incendies”.
Este es el mundo real en el que Dominique A le toca vivir, y en adelante el álbum nos reserva un mosaico de situaciones de tensión, esbozando metáforas existenciales en “Les roches” (la piedra posee la eternidad y nosotros no, desliza) o proyectando imágenes de la guerra del fuego contra el viento y del retroceso de las aguas en “Désaccord des éléments”, acompañado aquí por una guitarra de arpegios cristalinos en una dinámica orquestal in crescendo. Todo ello transpira un ímpetu de corte romántico, si bien Dominique A no se contenta con envolver esos pensamientos en torrentes de belleza: hay intranquilidad e incertidumbre, modos anímicos asociados al signo de los tiempos, en las cenefas que arropan sus palabras y en esos tempos portadores de suspense.
“Le monde réel” sabe a sublimación de sus artes como cancionista y arquitecto sonoro, en alianza con diversos músicos retomados de episodios pasados (el percusionista Étienne Bonhomme o el contrabajista Sébastien Boisseau) y bajo la mirada del productor e ingeniero Yann Arnaud (Air, Syd Matters, Sébastien Schuller), responsable de la grabación a partir de una consola analógica de los años 70. Hay un eco orgánico antiguo en el álbum, pero también inventiva vanguardista en la gestión de esos volúmenes instrumentales, donde se insinúan influjos latentes en su obra (Talk Talk, Scott Walker, Alain Bashung) que terminan siendo dominados por un agradecido culto a la dinámica melódica victoriosa: ahí está el tránsito del abracadabrante tema titular y esa majestuosidad que termina ganando la partida en “La maison” y en “Au bord de la mer sous la pluie”, allí donde, podemos pensar, Dominique A confía en la conquista diáfana de los sentidos para redimir los estropicios mundanos. ∎