Un halo de infalibilidad rodea la figura de Dominique A, un artista francés de culto que triunfa en España y que trata siempre de no repetirse. En este sentido le faltaba un álbum como “Quelques lumières” –algunas luces–, un trabajo recapitulativo publicado en doble CD y triple disco de vinilo que llega con la etiqueta “30 ans de chansons revisitées”. Veintiocho piezas divididas en dos actos. El primero se titula “Symphonique” y fue registrado con la Orquesta de Cámara de Ginebra bajo la dirección de Raphaël Merlin y los arreglos de David Euverte –pianista y colaborador habitual de Dominique Ané al menos desde “L’horizon” (2006)–, asistido por el productor francés Yann Arnaud –que también interviene en los arreglos orquestales de la canción “Éléor”– y el percusionista Raphaël Séguinier en todos los cortes. La segunda parte, “Trio”, contiene otros catorce títulos completamente diferentes a los sinfónicos, tres de ellos inéditos –“Chemise à fleurs”, “Les animaux” y “L’humanité”–, interpretados “acústicamente” por Sébastien Boisseau (contrabajo), Julie Noël (piano) y Dominique A (guitarra y voz), a quien pertenece la autoría de todas las selecciones excepto la música de “Le commerce de L’eau”, “Au revoir mon amour” y “Le temps qui passe sans moi”, compartida con Sacha Toorop, Laetitia Bégou y Dominique Fabre, respectivamente. Esta sería la ficha técnica.
Buscando alguna regularidad en la elección de las canciones, para empezar se observa que “Les éveillés”, de “Vie étrange” (2020), es la única publicada en la década actual. El álbum más representado en “Quelques lumières” es “Veurs les lueurs” (2012) con cuatro cortes: “Vers le bleu”, “Ce geste absent”, “Rendez-nous la lumière” y la elegida para titular este monumental trabajo. “La musique” (2009) presta tres números también recurrentes en el directo de Dominique A: “Valparaiso”, “Immortels” y “Le sens”; “Éléor” (2015), con la homónima, “Au revoir mon amour” y “L’ocean”, y “La fragilité” (2018), cuyos tres temas, “Le temps qui passe sans moi”, “Le ruban” y “Comme l’encre”, van al bloque orquestal. No falta “Le courage des oiseaux”, una canción anterior incluso a su álbum de debut oficial, “La fossette” (1992), del que también sale “L’écho”, ambas reescritas para la orquesta. De “La mémoire neuve” (1992) proceden su tema homónimo y “Le Twenty-Two Bar”, ahora sin la voz de Françoiz Breut. “Rue des Marais” y “Music-Hall” están en “L’horizon” (2006), y de “Auguri” (2006) aterriza “Le commerce de l’eau”. De estos tres excelentes álbumes quedan, respectivamente, en el baúl de los recuerdos “Les hauts quartiers de peine”, “L’horizon” y “Antonia”, quizá por saturación.
Se advierte una tensión cruzada entre las versiones originales, las acústicas y las orquestadas, perdiendo la mano estas últimas, como regla general. Sabemos que la música es la disciplina artística más dúctil y también que hay temas poco adecuados, de nacimiento, para una expansión orquestal de cuarenta músicos sin que sufra su “sentido” original –es palmario en las piezas de “La mémoire neuve”– o pierdan matices por efecto de cierta homogeneización estilística entre Ravel, Bizet y Philip Glass –“L’écho” o “Le courage des oiseaux”–. Pero hay excepciones al síndrome de iatrogénesis filarmónica como “Corps de ferme à L'abandon”, de “Toute lattitude” (2018). Su tratamiento teatralizado, casi de musical, es interesante y menos barroco que otras damnificadas. “Vers le bleu” pierde lo que pudiese contener de regularidad indie aunque la nueva opulencia no compense del todo. Y hay composiciones que es imposible arruinar, incluso mejoran netamente, como “Le temps qui passe sans moi” o “Éléor”, a pesar de su trompeta y staccato respectivos a lo Georges Delerue, ese grandísimo artista. Casi como “Le commerce d l’eau”, igualmente épica en ambas versiones. No es el caso de canciones como “Au revoir mon amour”, “Comme l’encre” o “Immortels”, a las que no les sienta bien el exceso de florituras, por elegantes que sean.
Digamos que cuesta un poco más volver a “Symphonique”, al menos para escucharlo de un tirón, que a “Trio”. Puede que un cuarteto de cuerdas hubiese sido más acertado para el primero, aunque recurrir al pop de cámara habría aportado menor reto y variación al autor. Pero el disco “acústico”, aunque resulte obvio decirlo, respira mucho más. Sucede en temas como “Valparaiso”, felizmente desprovista de las pesadas percusiones electrónicas originales. Una muestra evidente de que a menudo “menos es más” y de que la zona de confort, la que ya ha funcionado, suele ser la mejor. Otro ejemplo es “L’ocean”, que Dominique y sus secuaces invierten vaciándola de sus arreglos orquestales primigenios. O la nueva sensualidad de “Elle parle a des gens qui ne sont pas là”, o el ímpetu transformado en nenúfar impresionista de “Rendez-nous la lumière”. En total, la nota de “Quelques lumières” es, como siempre, de notable alto cercana al sobresaliente. Porque volver a las melodías de poeta flâneur comprometido con la vida bien vivida de Dominique A siempre vale la pena. Lo fácil para este artista de Provins habría sido entregar un simple disco unplugged o un “grandes éxitos”. Pero no. ∎