Álbum

Editors

EBM[PIAS]-[PIAS] Ibero América, 2022

Sobre Editors siempre ha cundido la sombra de cierta sospecha. Al menos entre la crítica, porque su público apenas ha mermado en sus más de tres lustros de carrera, en gran medida gracias a un directo que siempre extrae un enorme partido a sus argumentos, por menguantes que fueran. Siempre han sido grandilocuentes, con su punto gótico que tiende a lo épico (peligro) y permanentemente a rebufo de lo que habían inventado otros mucho antes. Su debut, el fulgurante The Back Room” (2005), fue exactamente el disco que esperaban quienes ansiaban que Interpol entregasen otro “Turn Off The Bright Lights” (2002) en lugar de “Antics” (2004), pero desde entonces los caminos de ambas bandas han sido divergentes: mientras los neoyorquinos optaban por la contención, los de Birmingham subían su apuesta por la vía opuesta.

Nunca fueron muy sutiles, y el propio título de este séptimo álbum lo corrobora: “EBM” son las siglas de su nueva entente con Blanck Mass (John Benjamin Power, de Fuck Buttons, aquí coproductor y ya miembro de pleno derecho, tras la grabación en 2019 de “The Blanck Mass Sessions”, que coincidió con el primer recopilatorio de Editors), pero también las de aquel estilo de electrónica marcial cuyo nombre acuñaron los belgas Front 242 y que tanto caló en la costa valenciana. El hilo invisible que luego hermanó a Soulwax, por ejemplo, con los herederos de la controvertida ruta.

Nada de esto auguraba nada especialmente confortable. No era muy prometedor, la verdad. Pero vayan ustedes a saber por qué, si porque Tom Smith se las sabe todas o porque la música pop es una cuestión de canciones, sensaciones y epidermis, que lo que podría haber sido un aparatoso monstruo de Frankenstein es en realidad un trabajo más que resultón, con el que Editors esquivan –una vez más– el amago de callejón sin salida al que parecía abocado su trayecto hace mucho tiempo. Porque esto ni siquiera es una vuelta al synthpop de In This Light And O This Evening” (2009), lo más electrónico que habían hecho hasta ahora. No. Los ritmos se endurecen, las atmósferas se tornan más opresivas, la cota de hiperexpresividad se dispara. Pero Smith demuestra que no ha perdido el olfato para dar con un buen estribillo, y la mayoría de ellos funcionan.

Incluso cuando uno piensa que la emotividad de su ecuador, “Silence”, cuaja por ser la más desprovista de aditamentos (lo mejor del álbum), por fluir sin nada que la ahogue, ha de acabar concediendo que el cruce entre Depeche Mode, Nine Inch Nails y New Order que es “Picturesque”, aunque algo machacón (en esto recuerda algo a Hurts), renueva sus votos sin dejarse la (discutible) personalidad por el camino. O que el luminoso remate de “Karma Climb” tiene su razón de ser. O que “Kiss” mira sin recato a Depeche Mode, pero tampoco encuentra motivos para sonrojarse. O que “Strawberry Lemonade”, la más Front 242 del lote, con esa sacudida industrial, debe ser una bomba de racimo en sus directos. Más o menos como la recta final que forman la frívola “Vibe”, la ensoñadora “Educate” y la pomposa “Strange Intimacy”. ∎

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