Pirueta sin red. Escorzo sin zona de seguridad. Hace mucho frío ahí afuera, pero a José Juan González parece que le da igual. Al fin y al cabo, bastante tiene con ganarse la vida cada mañana tratando de inculcar nociones básicas a un puñado de chiquillos que, por edad, deben tender a una dispersión algo desesperante. Eso sí es heroico. Tarraconense, profesor de primaria de 44 años, el alma mater de Espaldamaceta se ha marcado un back to basics que resalta sobremanera en un sello tan cromático como es Hidden Track. Hasta en su seno es ahora mismo una rara avis. Nada que ver con la ligereza rítmica y los ritmos sintéticos de “Millor que mai” (2019), su anterior trabajo. El confinamiento, su divorcio y el reordenamiento de prioridades de aquel revolcón a nuestro devenir diario lo dejó tocado, y su octavo álbum propone un discurso más seco que la mojama, más árido que el esparto, más austero que la ropa de un monje anacoreta.
Nueve canciones de folk acústico, crudo, prácticamente solipsista, doliente y confesional, entre cuyos acordes (básicos: él mismo los publica en su web por si alguien se anima a imitarlos) casi se puede oír su respiración. Guitarra y voz. Nada más. A sesenta bpms, dice. Tiene guasa. Lo grabó en un solo día, como quien lava, y lo coprodujo Joan Pons (El Petit de Cal Eril) en lo que debió ser un ejercicio de contención o de sumo respeto a la materia prima. Lógico, por otra parte, porque la arcilla de la que está hecho impone. Y exige al oyente. No es un disco fácil. No es amable. No lo pretende tampoco, en absoluto. Remite a Leonard Cohen (también podría ser a Bonnie Prince Billy: escuchad “Yo y mi contradicción” o “Yo y mi cabeza”), aunque algunas de sus inflexiones vocales –las de “Yo y mi mal” o “Yo y mi huida”– me recuerdan a lo que hace Dani Llamas cuando proyecta modismos de la jota.
Algunos cortes expiden una luz que podría acercarse algo más a lo que podríamos entender como pop: es lo que ocurre en “Yo y mi hermano” o “Yo y mi miedo”, con vistas al primer Elliott Smith. Es un exorcismo personal, y como tal hay que encajarlo. Un tratado conceptual (el adjetivo no es caprichoso: su monolitismo lo refrendan los títulos, todos con la misma estructura, “Yo y…”) sobre la pérdida, la recapitulación, la enmienda, el cambio de hábitos, el paso del tiempo, los temores íntimos y demás cuestiones propias del rubicón de la mediana edad, formuladas sin pretensiones ni afectación, tan solo con la naturalidad de quien ha tocado fondo y expone sus llagas al aire, listas para cicatrizar. Por eso su autor recomienda calzarse unos buenos auriculares y aislarse del mundo. Merece (al menos) esa dispensa. Y luego, ya, o lo tomas o lo dejas. ∎