Casi de repente y casi al unísono, la escena bilbaína de rock, históricamente y salvo excepciones tendente a no pasar de discreta y clasicista, se ha poblado de bandas jóvenes muy prometedoras, muy preparadas, muy especiales y muy en consonancia con el presente. Silitia, Sal del Coche (spin off de Vulk) y EZEZEZ son el triunvirato que lidera esta súbita bonanza, que además está contando con el apoyo, quizá también hasta hace poco insospechado, del público local, y a la vez con cierta proyección exterior dentro de los márgenes en que nos movemos.
EZEZEZ publicaban este pasado mayo su tercer álbum, “Kabakriba”, algo así como el certificado definitivo de que estamos ante una banda importante y puntera, con un discurso propio y lleno de talento, algo que corroboran, y de qué manera, sus incendiarios conciertos en directo, que más de uno, así a grosso modo y tirando para casa, quiere ver como una colisión entre Atom Rhumba y Negu Gorriak traídos al día de hoy.
Pero para llegar con conocimiento de causa a este álbum, incluso a este cuarteto que repite tres veces en mayúscula el adverbio de negación (EZ significa NO en euskera), habría que comenzar por la figura de un estudiante de Bellas Artes, con obra pictórica presentada, llamado Unai Madariaga (Bilbao, 1996), cuando inicia un trayecto musical en solitario a principios de 2021 con “The Living And Dying Of A Man”, un álbum excelente, casero, medio psicodélico y casi conceptual que podría encontrar en Syd Barrett, Lou Reed o Elliott Smith puntos de conexión, y que parecía condenado a la inadvertencia general. Es decir, nada que ver con el huracán EZEZEZ, al que Unai daría vida en formato de cuarteto ese mismo año, con la aportación fundamental de Eneko Ajanguiz en guitarra y producción, más el batería Alvaro Olaetxea y el bajista Mikel Irigoyen.
“When I Think Something Is Funny I Smile” (octubre 2022) y “Katuzaldia” (noviembre 2023) constatan el giro hacia una música mucho más física y contundente, con la energía y el zarpazo del punk y ese quiebro angular del post-punk más tensional, al que añaden experimentación, descaro, frescura, euskera (con guiños al castellano; es decir, al revés del bilbaínismo tradicional que se expresa en castellano con cuatro bienintencionadas palabras euskaldunes), y una ironía galopante tanto en letras como en su alocada y teatral puesta en escena. Pero lo que sucede con “Kababrika”, acrónimo de “Katuzaldia baino kriatura baganagoak” (“Criaturas más extraordinarias que Katuzaldia”, en relación al anterior álbum), es en efecto algo mayor, más libre y osado, y sin ninguna duda, uno de los discos más sobresalientes del panorama estatal, como se reconocerá más tarde o temprano.
El desafío, que es permante, comienza con el trallazo y la ironía de “puntofinal”, que los muestra igual de feroces que elásticos. “zorozelai” parece reducir intensidades y aceleraciones, pero la progresión del tema lleva a un crescendo tremendo que explota en una cabalgada de percusiones, guitarrazos y coros, no sin antes probar punteos nuevos (no perderse el videoclip, por cierto). “noraezean” está a la altura de ese post-punk contemporáneo, tan colorido, de oscilaciones y disonancia SKRONK. En “static txomin” exhiben más ritmos quebrados con la trompeta punzante y/o climática de Kike Atxe, mientras cuentan una fábula sobre un zorro que se niega a serlo. “ez da iristen” nace relajada para contradecir a los poderosos y desaprobar el controvertido proyecto del Guggenheim Urdaibai. Para “no hay pescau” reservan su lado más oscuro y oblicuo, con humor zappaniano, si bien el verdadero veneno llega en la psicodelia turbia y espacial de “hi pake”. “babesleku” cierra con el Coro infantil de la ikastola Azkue de Lekeitio como contraste de un tema que experimenta entre el spoken y la intensidad. Me viene ahora a la cabeza, en su última actuación en un rebosante Kafe Antzokia de Bilbao, cuando en mitad del set, Unai tira su guitarra al público para que la recoja Dani Artetxe, guitarrista de Silitia, se suba al escenario con ella sin más presentaciones onanistas ni redundantes. Por un momento creí estar viendo una versión de la escena del hueso lanzado y transformado en nave espacial de “2001. Una odisea del espacio” de Stanley Kubrick. Como si el viejo rock, consumido en la autocomplacencia, diera paso a uno nuevo e inquietante. ∎