La construcción del personaje de Father John Misty (nombre real: Joshua Michael Tillman) se ha forjado desde el principio a través de la creación de una (auto)mitología en la que el artista es una suerte de Creador Todopoderoso que aúna diversas características: la estrella del rock exagerada y opulenta de los años setenta, una brizna del espíritu del crooner clásico de Hollywood socarrón y jocoso y una buena dosis de artista genialoide y encantador, que bien podría ser un escritor o un actor.
Ese cóctel resulta fascinante, intrigante y a lo largo de los años ha entregado momentos de auténtica genialidad. Un perfecto ejemplo es “Bored In The USA”, aquel himno incluido en “I Love You, Honeybear” (2015), su segundo disco, y que alcanzaba el clímax con el añadido de unas risas enlatadas cuando cantaba “Oh, me dieron una educación inútil / un crédito de alto riesgo para una casa de artesanía”. Ha sido esa distancia irónica y un cierto tono sarcástico los que lo han mantenido a salvo de su propia megalomanía. Si uno es capaz de reírse de sí mismo puede hacer casi cualquier cosa que se proponga.
“Mahashmashana”, sexto disco con el nombre de Father John Misty, arranca a lo grande: la canción titular se transforma en una apabullante pieza de más de nueve minutos que encapsula todos los puntos cardinales de la obra del estadounidense. El enjambre sonoro es puro canon rock: pianos, acústicas, vientos, órganos, cuerdas. Elton John circa 1972. Épica al por mayor que solo se pierde por la sensación de que es un poco demasiado evidente que el autor ha intentado entregar su obra maestra. Y las obras maestras no se buscan, se encuentran.
“Mahashmashana” es la palabra en sánscrito que denomina el lugar donde se incineran cadáveres. Le sirve a Tillman como analogía transversal que describe un mundo al borde del horror. O, lo que es lo mismo, encarar la crisis de los 40, que es en la que está sumido el compositor. Ese momento en el que te das cuenta de que quizá ya haya que descontar años en vez de sumarlos. Que todo lo que creías que podrías hacer no será posible. Tras la batalla del tema titular llega “She Cleans Up”, su canción más animada en años. Una suerte de rock saltarín a medio camino entre T. Rex y la Velvet Underground. “Josh Tillman And The Accidental Dose” es otro de esos viajes autorreferenciales. Aquí confiesa: “Estaba tratando públicamente ácido con ansiedad”. E incluye la segunda referencia del año a la canción de “Humpty Dumpty” tras “Song Of The Lake”, de Nick Cave. Los arreglos de cuerda –muy al estilo del colectivo Spacebomb, de Virginia– le dan un toque entre Sonido Philadelphia y Serge Gainsbourg.
“Mental Health” entra en el terreno de baladas marca de la casa, como si fuera el contrapunto masculino a Lana Del Rey. De alguna manera, ambos viven en un mundo imaginado con puntuales elementos de hiperrealidad que sacan del ensimismamiento. Ni que decir tiene que la parte musical, puro soft rock de los sesenta y setenta, es maravillosa (¡ese toque Burt Bacharach!). Hasta el punto de que no sabes si la canción es verdaderamente buena. Sonando así, ¿qué importa? Más evidente es “Screamland”, su particular búsqueda de la espiritualidad (¿del cristianismo?), entre evocaciones al baptismo y a Jesús, sujeta por un muro de sonido que por momentos roza el shoegaze y que supone una de las genuinas novedades que presenta el álbum.
Con todas las canciones superando con generosidad los cinco/seis minutos, se agradece que el LP solo albergue ocho cortes (más que suficientes, pues el oyente acaba igualmente abrumado). “Being You” es un pequeño oasis de tranquilidad, aunque queda un poco anecdótica: “Alguien me puede decir cómo se siente siento tú”, señala en el estribillo. Cuerdas y saxofón pugnan por la atención del oyente. “I Guess Time Just Make Fools Of Us All” es, junto a la titular, la gran pieza de la colección. Con un tono casi disco (de nuevo los años setenta como era mítica a la que recurrir), Tillman oficializa su entrada en la mediana edad de la vida. Un ajuste de cuentas consigo mismo y, realmente, un nuevo clásico de su producción. “Summer’s Gone” cierra el disco en la faceta más “great american songbook” de Father John Misty. Clase y belleza, pero bordeando el simple ejercicio de estilo.
No es una obra que vaya a reclutar nuevos fans, ni supone un genuino cambio, pero sí es su álbum más sólido desde “Pure Comedy” (2017) y quizá hasta “I Love You, Honeybear”. En realidad, que Father John Misty siga siendo la estrella que él cree ser es una pequeña bendición. ∎