Faye Webster, que arranca nada menos que su cuarto álbum con la canción “Better Distractions”, deja las cosas bien claras desde el principio: sencillez, honestidad y un poco de ironía que salpimiente un trabajo que esgrime como tema central, aparte de, supuesta pero decididamente, ella misma, las relaciones amorosas y sus intrincados vericuetos existenciales, especialmente los motivados por la ausencia del amado. Todo esto, a cargo de una mujer de 23 años como la soul-folk-singer de Atlanta, también fotógrafa, modelo ocasional y, después de escuchar “I Know I’m Funny haha”, esto ya no me parece tan raro, fan del yo-yo, cuyos malabares dicen que despliega en directo –¿el signo de los tiempos?–. Barack Obama, como todo el mundo sabe, presidente de EE.UU. hasta que un zepelín de helio rubio y obeso aguó la descafeinada fiesta progre al otro lado del Atlántico, publicó en Twitter el pasado mes de diciembre una setlist resumen de canciones favoritas en la que incluía el mencionado –y genial– tema de Webster y otros de Dua Lipa, Jessie Ware o Phoebe Bridgers. Pero ¿no había salido ya de la Casa Blanca o es que el señor Obama lee Rockdelux en la intimidad?
El nuevo capítulo largo de esta valiente artista sureña con pinta de persona absolutamente normal puede disfrutarse a dos niveles: sin entender las letras o prestándoles debida atención. Tópicos como las tribulaciones de una chica con ganas de agradar a los padres de su novio –la canción “I Know I’m Funny haha”– o la relación imposible con un jugador de béisbol venezolano –concretamente, de los Atlanta Braves, en “A Dream With A Baseball Player”– no descubren el sentido de la vida, ni resuelven un problema práctico, algo que no se nos ocurre reprocharle tratándose de arte. Son cuestiones, eso sí, que pueden resultar a priori lejanas a cierto tipo de público no sintonizado generacionalmente con estos sufrimientos posadolescentes. “Both All The Time” no puede resultar más transparente: “There’s a difference between lonely and lonesome, but I’m both all the time”. Sentimiento que persiste incluso en la madurez y que refleja, al menos así lo creo yo, un matiz importante como el sentido del humor y la autocrítica emocional, algo de lo que este adictivo álbum anda más que sobrado.
Producido Drew Vanderberg (Deerhunter, Of Montreal…) y la propia Webster, el segundo y más ambicioso trabajo hasta la fecha para Secretly Canadian emplea sin complejos una amplia lista de músicos de sesión elegidos personalmente por la artista y un método que trata de conservar la primera toma, y gira con evidente personalidad en torno a estilos comunes como el indie rock, el soft rock, el R&B y un lounge bien especiado. Tampoco faltan puestas al día en cortes como “Cheers” y temas tan sorprendentes como “A Stranger”, que podrían pertenecer a cualquier buen cantante de soul henchido de añoranza sensual, con recitado y todo y, especialmente, el gran atractivo de la voz arrastrada de Webster en un álbum que te va envolviendo con su torridez cadenciosa poco a poco y unas canciones que expresan lo que muchos pensamos, independientemente de la edad, y que apenas confesamos por no parecer básicos o egoístas. ∎