Dos son los factores que, de buenas a primeras, contribuyen a empatizar con el estreno en larga duración de Guillem Gisbert en solitario: la renuencia previa de sus Manel a vender la moto de la “separación indefinida” que tanto rédito mediático comporta últimamente (asumen que seguirán componiendo y tocando juntos, aunque no saben cuándo porque tampoco tienen prisa) y la voluntad, aquí corroborada, de dar siempre un paso adelante en su progreso evolutivo con cada nuevo trabajo, sin acomodarse en la fórmula.
“Balla la masurca!” podría haber sido una continuación lógica de la carrera del cuarteto, pero también aporta pistas del pulso adusto de un cantautor (lo es, obviamente) que sin sus secuaces habituales se muestra más contenido: aquí apenas encontrarás un hit, ni invitaciones al baile, y la ironía aparece atemperada de un modo que a mí me recuerda ligeramente a Antònia Font, al fin y al cabo algo así como el equivalente balear a todo lo que han representado los barceloneses como impulsores de una escena catalana (y catalanoparlante) en los últimos tres lustros. No se echan en falta singles de pegada fulminante porque lo que prima es una serena ternura que enlaza con la que se gastaba Rafael Azcona en las películas que guionizaba, y quizá en parte por eso haya escogido Gisbert al escritor logroñés como excusa argumental para modular su proverbial costumbrismo en “Un home realitzat”.
Otro aspecto a destacar por su singularidad es que esta colección de once canciones, en las que impera la cadencia del medio tiempo y la irrupción de leves tramas electrónicas que subyugan y seducen, no ve menoscabada su unidad por la concurrencia de productores: son hasta nueve distintos, de Jordi Casadesús a Joan Figueres, pasando por Anxo Ferreira, El Extintor, Jake Aron, Andreu Galofré, Pau Esteve, Roger Cassola y Gabriel Bosch. Su tintero no provee intermitencias ni tachones, es reconocible de principio a fin. Sí administra frecuentes cambios de ritmo, que se advierten desde esa reflexión sobre la rápida obsolescencia de nuestros paisajes urbanos que es “Les dues torres” hasta la fracturada hechura de “Waltzing Matilda”, que ilustra la mutación de nuestros sentimientos. Ambas sirvieron como adelantos previos.
Se aprecia también una perspicaz renovación de texturas que ya en “Balla la masurca!” se cifra en una abrillantada arquitectura sonora construida sobre ráfagas de synthpop, e incluso el guiño a materiales más tradicionales que en su caso no suenan arcaicos, como el que remite a Bob Dylan en los más de siete minutos de “Les aventures del general Lluna” (junto a la Ludwig Band) o en ese cierre, entre la tuna y la rondalla, que es “Estudiantina”. Intriga saber cómo sonará todo esto en directo. ∎