De un feliz cataclismo entre Big Thief y Weekend, de la escucha compulsiva de canciones tristes con la mandíbula apretada y el corazón envenenado, nace el primer disco de los barceloneses HEAL. Un debut de largo que llega después del EP de presentación “BCN Breakdowns” (2023) y que confirma todo lo bueno que ahí se intuía: intensidad volcánica, electricidad erizada y la voz de Laia Vehí como nueva fuerza de la naturaleza del indie subterráneo.
El mantra de los Pixies, ese loud-quiet-loud de implacable eficacia, pasado por el filtro del slowcore y el folk. Alegrías del incendio mientras la casa está en llamas y manguerazos de distorsión para empaparlo todo de rock acerado y voraz. Punzadas de intensidad, cabriolas rítmicas y los noventa fundiéndose violentamente con otras sensibilidades más contemporáneas. A un lado Courtney Love; al otro, Adrianne Lenker. Y, entremedias, casi treinta minutos de ardores eléctricos, guitarras melladas y voces sobrecogidas.
Pero antes, las presentaciones. Nacidos de los escombros y las extremidades de otros proyectos como Salina, Glitterhouse, Wind Atlas, Wann y North State, Heal son Laia Vehí, Dani Ambrosí, Edu Mató y Raúl Pérez. Un primer EP, una residencia en la Fabra i Coats, fábrica de creación de titularidad municipal situada en Sant Andreu, y ahora esto. “The Shiver”. Casi como la canción de Giant Sand, solo que el escalofrío es aquí un latigazo; una sacudida tempestuosa encapsulada entre las abrasiones de primer grado de “Nop” y los vapores finales, algo así como Thalia Zedek meets Sharon Van Etten, de “Where Was I Wrong?”.
Producido por Paco Loco, “The Shiver” desborda el marco estilístico de “BCN Breakdowns” para acabar sonando mucho más intenso y ambicioso. Ahí está “Closer”, estallido con vocación de protohimno indie, marcando tendencia: una guitarra que es en realidad un serrucho y la voz de Vehí como lija sobre terciopelo. A su lado, el dulce atropello de “The Mistery” y el puño de hierro en guante de seda de “Brother”. Rock del desgarro e inconformismo sepultado por una catarata de distorsión.
Como en lo último de Fontaines D.C., también aquí hay cierta querencia por el nu metal (una de las canciones, dicen, se llamó durante meses “LinkinBizkit”) que, por suerte, no se les nota demasiado, y un manejo casi kamikaze de la electricidad: capas y más capas en “The Shiver”, fuzz retorcido y emponzoñado en “At The Dock”. Al final, es cierto, el impacto se diluye un poco (“BCN BKD”, la primera melodía que se intercambiaron en un audio de WhatsApp, tiene más interés arqueológico que musical), pero el aullido eléctrico de los barceloneses acaba dejando huella. O, mejor dicho, escalofrío. ∎