Álbum

Ichiko Aoba

Luminescent Creatureshermine-[PIAS] Ibero América, 2025

El octavo álbum de esta chica menuda natural de Urayasu educada en Kioto es una continuación de “Windswept Adan” (2020). Ambos parten del mismo contexto, el paradisíaco archipiélago de Ryukyu. Su principal isla es Okinawa, conocida por el desembarco anfibio norteamericano en la II Guerra Mundial que dejó una cifra estimada de 100.000 japoneses fallecidos. Mientras que la primera inmersión de Ichiko Aoba en las aguas turquesas del sur de Japón desprendía aromas minimalistas más intensos, “Luminescent Creatures” relaja esa sensación de descubrimiento iniciático dejándose llevar esta vez por un sentimiento lírico que emplea la luminiscencia natural como metáfora. Con ella, los seres vivos persiguen fines como la defensa, la procreación o la atracción de presas. Aflicción y belleza.

Aoba amplifica a la antigua el efecto iridiscente que tiene su música empleando desde el inicio del disco susurrantes arreglos de cuerda, flautas faunescas, pianos fluyentes y preternatutales armonías vocales. Es “COLORATURA”, donde canta una especie de haiku: A la calma de una ola suave, la tormenta, viento de popa nos empuja. Te hace pensar en “Jewels Of The Sea” (1961), de Lex Baxter, una referencia plausible, quizá demasiado cinematográfica, en el exotismo sincrético de la nipona. Pero el mundo de Aoba es mistérico y oculto. “24° 3’ 27.0” N,123° 47’ 7.5” E” está cantada en un dialecto vernáculo de la isla de Hatemura aunque podría ser una canción escocesa de St. Kilda. Son las coordenadas del faro de dicha isla, la más meridional de Japón –así lo indica Marta España en su delicada entrevista a la artista japonesa–, que alumbra con su folk drone de coral la ruta hacia “tower”, un vals que reúne a Debussy, uno de los primeros compositores europeos en otear el Lejano Oriente, el ensueño de Beach Boys reanimado por High Llamas y a precursoras del indie pop como Margo Guryan. Salvo por el idioma de Ichiko, esa carga de fantasía manga-anime que parecen acarrear muchos de estos jóvenes artistas –un cliché similar, supongo, al que sufren en Japón imaginándonos a los españoles con sombrero cordobés y traje de faralaes–, la propia calma de Aoba –en directo cierra los ojos cuando canta– o alguna de sus temáticas, no se advierten rasgos evidentes de tradicionalismo en la música de esta guitarrista clásica.

Otro referente podría ser Pauline Anna Strom –“Japanese Impressions” (2014) fue uno de sus trabajos para Trans-Millenia Consort Recordings–, cuyas formas pulsantes se emparentan con temas como “Cochlea”, una miniatura percusiva de sonidos subacuáticos tan misteriosa como su propio título. “pirsomnia” no da sueño pero transporta esa forma de creatividad onírica con algo de Durutti Column –si no han escuchado todavía “Slo-Glyde”, el mejor tema submarino jamás escrito, mejorando lo presente, ya tardan–, y “mazamun” es una cajita de música consonante y preciosa que consigue sonorizar una magia como procedente del espacio exterior. Aquí escuchamos al Vangelis más inspirado aunque es la celesta de Taro Umebayashi lo que suena –presente en una maravilla intercultural editada solo en Japón: “Penguin Cafe Orchestra. Tribute” (2007)–, responsable de la orquestación, además de compartir la composición y producción del álbum junto a Aoba, que se ha ocupado también de los arreglos de voz y de todas las letras.

Ichiko-san entrega un álbum de texturas orgánicas, un paisaje sonoro trazado con esa sensibilidad cultural intangible y meditativa que acaricia tus oídos como pétalos de cerezo aunque se trate de un viaje alucinante al fondo del mar. Aoba y compañía deciden con inteligencia no abusar de la electrónica –el camino más fácil– y en “Luminescent Creatures” predominan los instrumentos acústicos: guitarras que suenan a arpa de sirena –“aurora”–, arpegios pianísticos y cuerdas ultramarinas –“Luciférine”: de quien porta la luz, presagio del amanecer, no hay nada que temer; o 惑星の泪 (Wakusei No Namida)” en caracteres no ideográficos, quizá: “Las lágrimas de las estrellas”–. “FLAG” es el corte más convencional de este prodigio contemporáneo que te envuelve, te hacer viajar y soñar, de occidente a oriente, enrolado a una nave nacarada que mece tus sentidos, suspendiendo el intelecto, como si nada malo sucediese en el mundo. ∎

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