En un largo texto para ‘The Big Issue’, cita Joe Talbot –cantante y líder de la banda– la máxima de David Bowie de no tratar de satisfacer las expectativas de los fans como brújula para “TANGK”, su quinto álbum. Para ello, en primer lugar, deciden sustituir la rabia ante las injusticias sociales por el amor en todas sus acepciones como inspiración temática central. Y en segundo lugar, apuestan por darle una vuelta de tuerca a su sonido, para lo cual se ponen en manos del reputado productor Nigel Godrich. Aunque también sigue a bordo la dupla de productores de “CRAWLER” (2021) –Kenny Beats y Mark Bowen, guitarra del grupo–, todas las ideas son llevadas al estudio del geniecillo inglés en Francia. A la primera no le cambian ni el título provisional: “IDEA 01”, y la fama como sexto hombre de Radiohead de Godrich se explica sola. El sonido atmosférico, el tejido de notas de piano, el sutil punteo de guitarra y el tono trascendente remite completamente a los de Oxford.
Como golpe en la mesa para avisar al personal de que no se han equivocado de grupo, “Gift Horse” trae de vuelta a los IDLES más reconocibles con estribillo furioso marca de la casa. Es fruto del amor que siente por su hija, aunque por las sensaciones que transmite no sería fácil adivinarlo. Ocurre algo similar con “Hall & Oates”, en la que compara la felicidad que produce la amistad con la del amor de pareja, usando como metáfora de dicha euforia la que contagia la música del exitoso dúo de soul blanco. Sin embargo, la cruda y rabiosa tonada con un infeccioso riff de guitarra remitiría más bien a la relación que actualmente mantienen Hall y Oates, con demanda judicial del primero al segundo.
El recurso de Talbot para tratar de acompasar mejor sentimientos y música es el de ralentizar el pulso y dejarse guiar por Godrich, ampliando el registro de la banda a costa de arriesgarse en terrenos que en principio no domina. Resulta sugerente en la fantasmal “A Gospel”, con ese piano que parece venir del más allá, y en el número final “Monolith”, una oración pagana en forma de espectral blues. Pero patina en “Roy”, en la que quiere inspirarse en Orbison para cantarle a su amada, con un bonito puente de guitarra sesentera pero con un crescendo en el estribillo en el que invoca una imaginaria colaboración entre Anthony Kiedis y Kings Of Leon. Perdón por la imagen.
Tras varias escuchas, queda claro que la actitud es importante, pero querer no siempre es poder. En “Jungle” consiguen un atractivo riff a lo Bo Diddley, pero el medio tiempo en el que Talbot hace contrición por faltas pasadas acaba aburriendo por exceso de solemnidad. “Grace” resulta más seductora pese a lo poco identificable con la banda, un medio tiempo contenido conducido por un vibrante bajo que invoca cierta épica after-punk. Lo cierto es que tratan de tocar tantos palos que al final el álbum parece un heterogéneo juego de prueba y error, sin eliminar estos últimos.
Los dos temas en los que el balance entre la idiosincrasia de IDLES y el riesgo tomado en la producción logra hallazgos en los que merecería la pena indagar son “POP POP POP” y “Dancer”. La primera con un sonido electrónico denso, que araña, y cierta calma tensa como la que conjura Trent Reznor en Nine Inch Nails. La segunda, que incluye a James Murphy y Nancy Whang de LCD Soundsystem en los coros, acorta la distancia entre el sonido de los dos grupos.
Resulta curioso que hayan decidido titular este disco con una onomatopeya –ilustrada con la imagen de una explosión en la portada– que identifican con el sonido de la banda. Ciertamente, y en especial en la gira de “CRAWLER”, en sus directos armaban una bola de demolición sonora capaz de derribar los muros de un refugio antiaéreo, con una fisicidad que parecía que se podía masticar a riesgo de perder los dientes. Si fueran superhéroes ese sería su principal superpoder y en “TANGK” solo aparece en contadas ocasiones. Es admirable asumir riesgos y cambiar de ropajes, pero no hay que olvidar que a veces no sientan bien. Saberlo es importante. ∎