Se dice, y estoy de acuerdo: esto es lo más White Stripes que se ha publicado desde que no existen. Y ha llegado por sorpresa, como un inopinado regalo a todos aquellos que se acercaron a comprar algo a las tiendas de Third Man Records en Londres, Nashville o Detroit el viernes pasado. Se encontraron con un vinilo blanco, sin nombre ni portada. Es desde entonces el álbum “No Name” de Jack White, y lejos de querer limitarlo al culto de unos cuantos afortunados, él mismo ha recomendado ripearlo por internet, difundirlo para que todo el mundo lo pueda escuchar, al alcance de un solo clic. Así que su sexto álbum en solitario es no solo el más peculiar por su comercialización, sino también uno de más singulares por lo fresco, rotundo e inspirado que suena, como si la ausencia total de expectativas y la liberación de cualquier servidumbre industrial le hubiera conferido una asilvestrada fiereza que le sienta extraordinariamente bien y recupera, en cierto modo, todo lo que antaño tenían sus discos de genuinos. Esto suena como una jauría de lobos enjaulados, como el indescriptible y electrizante fruto de la cópula entre Led Zeppelin y Elmore James que tantas veces ha tenido como ideal de pureza. No es la primera vez que White idea una estrategia de este calado para dar salida a uno de sus trabajos, porque una vez ya rizó el rizo: el segundo single de The Upholsterers, su proyecto junto a Brian Muldoon, llegó a ser distribuido sin avisar en copias escondidas bajo la tapicería de algunos sofás vendidos por este último (ambos fueron tapiceros en sus años mozos), y un par de ellos no fueron descubiertos hasta diez años después por dos fans.
Las canciones tampoco tienen título, así que para aclararme he recurrido a los nombres provisionales que algunos usuarios de YouTube han deducido de sus letras, aunque tampoco importe demasiado el deslinde –no les hagáis mucho caso porque son meramente orientativos–, ya que sus 42 minutos y 22 segundos son una barbaridad en la que prácticamente no hay desecho. Convincentes para el fan pero también para quienes (como es mi caso) cayeran en cierto desapego por el formulismo vintage que se gastaba Jack White en algunas de sus últimas entregas. El ponzoñoso riff que abre “For Free” (el primer corte) ya avisa, y la intensidad no decae hasta la también muy Led Zeppelin “You’ve Seen It All” (la última). Entremedias, el turbopropulsor detroitiano a lo MC5 de una “Dial Tone” que podría sacar los colores a The Hives, el groove bailable de “Underground”, el talante algo más pop de “Rough For Rats (Asking)” o la cimbreante sensualidad de “What You Know”, que perfectamente podría haber figurado en el cuarto álbum de los Arctic Monkeys. Una espléndida secuencia de diamantes sin pulir, catorce cortes que son como una orgía de alaridos procaces, abruptos cambios de ritmo, clarividencia melódica dentro de los cánones del blues-rock más agreste y riffs de guitarra tan dañinos como el alambre de espino, que completan –desde ya– uno de sus mejores trabajos. Aunque no tenga nombre. ∎