Disco destacado

Jeff Tweedy

Twilight OverridedBpm, 2025

No están hechos estos tiempos de prisa y codazo, de dopamina a chorro y melodías troceadas; estos tiempos de, decíamos, atención secuestrada y cerebros fritos, completamente rotos, para el caldo lento de la artesanía. Las películas, por lo que sea, son cada vez más largas y kilométricas, pero las canciones nacen poco más que muertas si no incorporan el don de la viralidad. O eso, claro, es lo que nos han hecho creer, porque de repente aparece Jeff Tweedy con un disco triple, 30 canciones y casi dos horazas de música pensada, escrita y ejecutada de espaldas a la dictadura del encogimiento, y todo lo anterior salta por los aires.

Al de Chicago, parece, no le basta con mantener a flote a Wilco, echarle un cable a Mavis Staples, salir de gira en solitario o con su hijo Spencer y escribir libros como “Vámonos (para poder volver). Acordes y discordias con Wilco, etc.” (2019) y “Un mundo en cada canción” (2023), así que sumando tiempos muertos, arañando horas de aquí y de allá, se ha sacado de la manga el monumental y encantador “Twilight Override”. 30 canciones, casi dos horazas de música y ni un solo segundo de relleno. “Si intentas escribir una canción mala todos los días, acabarás escribiendo una buena de vez en cuando”, razonaba Tweedy hace poco en una larga entrevista con ‘The New York Times’.

En su quinto trabajo en solitario, esa estrategia de ensayo-error se traduce en una versión refinada, exquisita y popular en el mejor sentido del término del folk-rock, la americana y la canción de autor como melancólica exploración del otoño de la vida. “I need a better song / If I’m gonna sing / I better have a better song / For you to love me”, canta, más bien resume, en “Better Song”, la tercera del segundo disco. A esas alturas ya ha quedado claro que “Twilight Override” no es un aparatoso capricho ni una oda a la desmesura, sino una impecable vuelta al sol. Un plano secuencia a través de (casi) todas las caras de la música americana, del folk al pop y viceversa, y un ajuste de cuentas con los traumas pandémicos con los que seguimos lidiando.

Explica Tweedy que la idea de la obra, su semilla más bien, nació de un largo viaje en coche junto a sus hijos que se convirtió en una oportunidad inmejorable para escuchar de cabo a rabo el “Sandinista!” (1980) de The Clash. Otros tres discos y más de dos horas de música tras las que el músico estadounidense se dijo que él también podía hacer algo así. ¿Título provisional? “Sad-inista”, como bromeó poco después. La tristeza, sin embargo, no es la razón de ser de un álbum concebido precisamente como todo lo contrario; como antídoto contra estos tiempos crepusculares y cálido abrazo en la oscuridad.

Sobrado de talento. Foto: Shervin Lainez
Sobrado de talento. Foto: Shervin Lainez

En algún momento, Tweedy tuvo la tentación de articular las tres secciones del trabajo alrededor de los conceptos pasado, presente y futuro, pero al final todo se acabó desbordando, una canción infectaba a la siguiente y la noción temporal acabó desbordada. Lo mismo ocurre en términos estilísticos: en una primera escucha, la cosa se repartiría entre folk-rock marca de la casa, canción con vistas al pop y americana vagamente experimental, pero tampoco ahí hay compartimentos estancos ni límites claros. Mejor así, la verdad: todo fluye de una manera mucho más orgánica y desaparece la tentación del skip, que diría Anthony Fantano.

El caso es que en “Twilight Override”, grabado por Tweedy junto a sus hijos Spencer y Sammy y un puñado de amigos, pasan muchas y casi todas buenas: el pespunte de cuerdas de la deliciosa “Caught In The Past”; la cuadratura del círculo de “You And I” que propone “Love Is For Love”; las palmaditas en la espalda a Elliott Smith de “Secret Door”; el encuentro de Kurt Vile y Big Star en “Forever Never Ends”; el country desenfocado de “Sign Of Life”... Y todo esto solo en el primer disco.

El segundo, no hace falta ni preguntar, sirve para constatar que su Beatle favorito bien podría ser George Harrison: todo aquí es brillo pop, melancolía y guitarras que crujen, palpitan y casi respiran. “Western Clear Skies” es un milagro, los coros celestiales de “Blank Baby” no son de este mundo y “Out In The Dark” parece como recién robada del atril de Robert Forster. ¿Más? Ahí está la guitarra en llamas de la agónica “No One’s Moving On” y el bello arrebato de “Feel Free”, sentido homenaje a lo que fuimos y seremos, a los Beatles, los Stones y las juventudes de brillo cegador.

Sería de lo mejor del disco si no fuese porque, vaya, aún queda un disco y Tweedy, zorro viejo, se ha reservado algunas de sus grandes jugadas para el final: es en el tercer tramo, superado el trote de la ingeniosa “Lou Reed Was My Babysitter”, donde emergen maravillas como “This Is How It Ends”, “Cry Baby Cry” o la sensacional “Stray Cats In Spain”, un zumbido directo al corazón moldeado con el mismo material que “Yankee Hotel Foxtrot” (2002). También, pura emoción en sintonía con el Neil Young más crepuscular, la balada rompecorazones “Ain’t It a Shame”. “Has it ever been enough? / Has it ever been okay?”, pregunta Tweedy segundos antes de despedirse con la exultante “Enough, despedida y cierre de un álbum del que se aprovechan hasta los silencios. Y quien dice silencios dice el parloteo aparentemente inocuo de “Parking Lot”. ∎

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