“Hay gente en esta industria a la que le gusta usar temas de conversación alrededor de su condición de mujer para granjearse atención, francamente. Yo deserté de la educación secundaria y me crié en un tráiler: lo último de lo que me quejaría es de ser una mujer”, le decía Nikki Lane a mi compañero Carlos Pérez de Ziriza en esta revista. El country en general, y toda la escena construida en torno a Nashville en particular, permanece como uno de los espacios musicales –por su condición naturalmente conservadora, clásica– que reproducen con mayor intensidad las dinámicas patriarcales: es un mundo de hombres. Pero eso no es óbice para que siga existiendo una imparable producción femenina, lo que sostiene un estado de contradicción permanente.
En uno de los temas más puramente country de su nuevo álbum, “Love Feel”, Jenny Lewis refiere a una nómina de nombres masculinos vinculados a las foundations de la música norteamericana sin nombrar una sola mujer pese a que la influencia, por ejemplo, de Skeeter Davis está reconocida desde la portada hasta la forma de enfrentar muchas de sus canciones. “Al final, incluso si es un ambiente conservador que nos perjudica, nos ganamos la vida de gira yendo en furgoneta, fumando hierba, llevando vestidos cortos y haciendo lo que nos da la gana. Y eso no me parece como para quejarse, en absoluto”, sentenciaba Lane en la entrevista antes mencionada. Y es algo con lo que probablemente Lewis estará de acuerdo. La de Las Vegas no necesita aludir a la creación femenina en un disco que va, fundamentalmente, de disfrutar tocando música inspirada en estándares y de enamorarse –o de las particularidades del amor heterosexual, más bien– a partir de los 40.
Grabado en el mítico RZA Studio A de Nashville con la producción de Dave Cobb –uno de los productores de country y americana más importantes y exitosos del mundo, responsable de verdaderos fenómenos contemporáneos como Sturgill Simpson, Jason Isbell o Rival Sons y colaborador de clásicos como John Prine, Brandi Carlile o Chris Stapleton–, “Joy’All” no se esconde en su ambición de homenajear el sonido local –“My first rodeo in Tennessee”, dice en la sugerente “Cherry Baby”–. Aportando, eso sí, su visión personal sobre la ortodoxia de un género ya clásico y, por lo tanto, “estudiable”.
Una banda formada por el propio Cobb y sus colaboradores Nate Smith a la batería y Brian Allen al bajo acompañó a Lewis durante dos semanas para definir la sonoridad, puramente acústica, en un proceso que se completó después en Los Ángeles con la participación de Jess Wolfe a los coros, Greg Leisz a la pedal steel guitar y a los característicos b-bender del country y Jon Brion al chamberlín.
Con ellos, la excabecilla de Rilo Kiley habla de ligar en los tiempos de Tinder pasados los 40, de lidiar con las mochilas vitales de la vida posdivorcio, de la nostalgia del vínculo perdido o de no renunciar ni al sexo ni al amor en un quinto álbum que supone su debut en el prestigioso sello de músicas clásicas norteamericanas –véase jazz, blues, soul, etc.– Blue Note y en el que personalidad y referencia se encuentran en constante tensión: el sonido de “Joy’All” es excepcional, sus melodías agradables y sus canciones, en general, destacables, pero se echa de menos esa precisión francotiradora del country en su definición más clásica, esa sensación de abrazo por parte de la banda funcionando como un conjunto en perfecta sincronía, más pegada en construcciones progresivas como la de “Essence of Life” o en virguerías que hagan destacar los temas más pop –“Cherry Baby” o “Love Feel”, por ejemplo–.
Del mismo modo que Lewis tira de modismos y manual de estilo para construir las letras –plagadas de “want you backs”, “whistle blows”, camionetas, furgos y vida on the road, rodeo boots, hombres con barba, Pontiacs, Plymouths y Cadillacs, “thunder and pouring rain, sugar in the gas tank”–, es inevitable que su identidad sobresalga en algunos momentos por encima del artefacto sonoro. La inicial “Psychos” se sitúa más claramente en la línea de su anterior trabajo, “On The Line” (2019), acercándose a ese adult oriented folk que recuerda a Fleetwood Mac; “Giddy Up”, con su rollo más espacial, ofrece en la inmensidad de un trigal un etéreo R&B en mitad de la noche; la homónima “Joy’All” ofrece una cara siniestra y ligeramente experimental del funk-pop. Surgidas durante su último tour, en 2019, y completadas durante un taller de composición pospandémico organizado por Beck, las canciones de este nuevo álbum, en fin –y aun funcionando por sí mismas–, ni llegan a superar verdaderamente las de “On The Line” en la discografía de Lewis ni a conformarse del todo como ese homenaje que pretenden ser. Su capacidad para mantenerse en el punto medio, sin embargo, es algo que muchos agradecerán. ∎