Álbum

Joe Crepúsculo

Museo de las DesilusionesÓpalo Negro-El Volcán Músicas, 2025

Si algo le gusta a Joël Iriarte es sorprender a su parroquia aunque lo tenga cada vez más difícil. Son ya unos cuantos años en sala de máquinas. No por casualidad, “Bailar y llorar” inaugura el undécimo álbum de Joe Crepúsculo descerrajándose un medicinal: “El tiempo cura el dolor, no tengo miedo a ser yo. Los que peinamos canas –con suerte– recordamos cosas como “Dancing With Tears In My Eyes” (1984) –Ultravox– o “Domino Dancing” (1988) –Pet Shop Boys–, himnos tragicómicos, más o menos duraderos, para bailar con lágrimas en los ojos (aunque a veces sea de risa). “Museo de las Desilusiones” abre sus puertas bajo una garúa de melancolía que empapa la habitual soltura impermeabilizada –a base de baile y corrosión– que suele exhibir el trovador tecno de Sant Joan Despí.

Pero no teman, absolutamente todo lo anterior sigue vigente en las salas del museo, botica o gabinete de curiosidades de Crepus. “Bailar y llorar” es también una gran muestra de la iconoclastia de un autor cuya genialidad consiste en unir los contrarios, en disimular profundidad con superficialidad, en servirse de una y de la otra con esa destreza que solo se alcanza con muchos años de práctica. “Enamorado de tu reverb”, por ejemplo, habla de las disonancias psíquicas en las que a menudo basamos el cariño. Perdón por el espóiler, pero “reverb” –“fantasma raro”, “big bang”, “motor inmóvil”– es todo lo que no eres tú. Fondo de guitarras, un arpegio sintetizado insistente y esos otros elementos del synthpop clásico que tan bien maneja el señor Iriarte le sirven de sustento material. “Infierno de dulce” sabe rebajar la tensión introduciéndonos en un contexto, mayor si cabe, de comedia cotidiano-laboral a lo “Non-Stop Erotic Cabaret” (1981), de Soft Cell, con arreglos de viento de barrio chino cortesía del saxofonista estelar David Carrasco y mucho funk. Irresistible.

La central “Jessica”, compuesta a pachas con el norteamericano Aaron Rux –que repite colaboración coproduciendo “Museo de las Desilusiones” junto a Crepúsculo–, suena a La Mode y a la melancolía divertida de, no sé, Gruppo Sportivo, con esas melodías para tararear hasta morir y nombres de chicas. Como todo museo que se precie, el álbum tiene una secuenciación excelente, un poco en forma de uve en cuanto a tono, es decir, de más a menos y hacia arriba otra vez. Así, entre “Bailar y llorar” y “Kamikaze” –compuesta enteramente por Rux; el resto del álbum está acreditado ya solo al catalán– la cosa todavía desciende, aunque un atento Crepus, que sabe cantar con una comicidad, consciente o no, que nunca acaba disipándose del todo, remonta el vuelo a toda velocidad con la desternillante “Pequeño niño peluquero”: “La vida es un trasquilón que hay entre mi pelo y yo; no sé salir, el medio se ha vuelto un fin, de letra y melodía berlangianas como su trote disco soul.

En “Karaoke español” –otra referencia castizo-japonesa– retorna el baile interruptus de introspección burlesca –canciones que te canté con mi imaginación, karaoke español–. Recuerdos de un pasado que no volverá, pero nada comparado con “Hey”, en la sala número siete de este extraño museo cuyo vinilo incorpora un cartón a modo de estancia rectangular. Escrita hace tiempo por Crepus, es más que un ejercicio de italopop con el violín de Manu Clavijo intensificando la emoción. El autor confesó el 9 de enero en redes que habla sobre una persona que ya no está describiendo técnicamente la ecuación: bombo-bajo –terco como la vida misma–, doo-wop cincuentas, vocoder y Alan Parsons de cerca -¡ese “Eye In The Sky”!-. Cantar con el énfasis adecuado, esto lo sabe hacer también Crepus –si nos permite tutearle otra vez–: Todo es una mierda desde que tú no estás, du-du-du-gua-gua.

Tener en la punta de la lengua a qué otra canción recuerda “Hey” –nada que ver con iglesias o duendes– no nos impide alienarla con caramelos a flor de piel como “Orgoglio e dignità” (1980), de Lucio Battisti. Su amigo Rux le ayuda en la estructura y colocación de los sonidos de todo un disco catártico –“Castillos asquerosos”–, visceral –“Dejadme en paz”– y cáustico –el europop minado de “Club Gurú Punk” apuntando a una nueva era–. Cierra con la mascarada de “Fiesta de disfraces” –¿alguien recuerda “Fiesta de los maniquíes” (1984), de Golpes Bajos?–, momento EDM tipo D.A.F. –el museo se ha transformado en un túnel de la bruja ferial–, de nuevo con un terapéutico ¡hijoputa el que no baileee! que lo cura todo. Emocionante por encima de todo, no sabemos si 2025 ofrecerá discos tan ilusionantes como “Museo de las Desilusiones”. Probablemente, sí. Mejores: no tanto. ∎

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