De los innumerables proyectos que John Zorn ha liderado a lo largo y ancho de su trayectoria, Masada, en sus diversas encarnaciones, ha gozado siempre de una disposición prioritaria. Su propio bautizo y la heterodoxa lectura de la tradición klezmer fusionada con jazz partía con la intención de “producir una especie de música judía radical”. Con nombre y apellido, “unir a Ornette Coleman con las escalas judías”. Concepto abierto y ramificado (Masada String Trio, Masada Chamber Ensembles, Masada Quintet, Masada Guitars, Electric Masada…), la idea de dar forma a un catálogo identitario, plasmado en tres songbooks, 613 composiciones –el mismo número de mandamientos o mitzvot de la Torá– y decenas de discos, marcó a Zorn desde su arranque en 1993, estimulado por su metódico carácter. El cuarteto Masada –con su tremendo saxo alto, la trompeta de Dave Douglas, el contrabajo de Greg Cohen y la batería del gran Joey Baron– fue quizá el vehículo más expansivo, y sus diez discos en estudio, numerados en hebreo y publicados en el sello japonés DIW entre 1994 y 1998, sumados a sus vibrantes directos –Nueva York, Taipei, Sevilla, Jerusalén…–, dieron plena visibilidad a esa evolutiva búsqueda de la “Radical Jewish Culture”, ajustando humanismo y religión como esferas culturales aunque alertando sobre los peligros fundamentalistas.
Aunque Zorn ya había evaluado la renovación en algunos directos de finales de 2019, hubo que esperar a que la pandemia mitigara su impacto para registrar y mezclar en el Orange Music Studio de Bill Laswell en Nueva Jersey y en un solo día –8 de junio de 2021– este brillante debut homónimo del New Masada Quartet donde el guitarrista Julian Lage, el contrabajo de Jorge Roeder y la batería del añejo colaborador Kenny Wollesen ocupan sus remozadas posiciones. Releyendo ocho composiciones procedentes de aquel vasto cancionero, la decisión aporta una variedad tímbrica que conecta con renovado impulso ese poderoso surtido de sugestiva melodía e intensidad rítmica, plagada de hipnóticos arabescos y punzantes desarrollos, que define a Masada en su versión cuarteto. Una fascinante emulsión que nadie como Zorn sabe gestionar, con menos épica pero más corazón, graduando sus contorsionismos expresivos y sin perder de vista referentes conceptuales que armonizan en sus perfiles la iconografía judía con el “Manifeste du surréalisme” (1924) de André Breton. Se trata, en definitiva, de subvertir patrones y modelos para continuar sondeando territorios que Zorn explora con un grado de autonomía y profundidad propios de un creador irremplazable. ∎