No vamos a decir que Justin Timberlake ha recuperado por completo el mojo extraviado, pero su sexto álbum depara interesantes señales de vida y hasta de cierta rehabilitación. Coincidamos en que cuesta no empatizar con el ángel caído: le han puesto tan a caldo en los últimos tiempos que genera hasta una cierta ternura. Al margen de sus infortunados episodios con Janet Jackson o Britney Spears, bastaba durante los últimos años visitar metacritic.com para asestarle el golpe de gracia, porque tanto él como Kanye West figuraban ahí como viejas reliquias, apenas promediando un aprobado raspado mientras las luminarias del momento transitaban a eones. Tampoco es que el agregador de críticas haya colocado este disco muy por encima del desangelado “Man Of The Woods” (2018), pero creo que ofrece motivos para reconsiderar la actual valía del tipo que nos regaló el mayestático “Future Sex/LoveSounds” (2006), coronando aquel período en el que las producciones de Timbaland y The Neptunes partían la pana: no lo olvidemos. No creo que vaya a ser de nuevo el más fresco del barrio, pero tampoco el hazmerreír.
La concurrencia de productores huele mal, y es tan excesiva como su propio minutaje: hasta once ingenieros de sonido para un disco con dieciocho canciones en una hora y cuarto. También un buen puñado de colaboradores, entre ellos los propios NSYNC en la ramplona “Paradise”. Demasiada nómina y demasiada tela que cortar. Lo mejor llega cuando se nota la mano de Calvin Harris y Timberlake apela a lo que mejor sabe hacer: “Fuckin’ Up The Disco”, que suena un poco a The Weeknd, y “No Angels”, que suena un mucho al tradicional patrón Michael Jackson / Bruno Mars, son de lo más excitante que ha hecho en años. Por algo el título del disco está inspirado en una frase que le dijo un amigo: “esto es lo que esperaba de ti”. En esa onda también destacan, efervescentes pero menores, “Infinity Sex” e “Imagination”. Elásticas, resultonas, eficientes.
Más ajenos a sus habituales claves son el trap de “Memphis” y el afrobeats comercial de “Liar”, con Fireboy DML, pero no resuelve mal ninguna de las dos: especialmente bien parada sale la segunda. No son sus incursiones en estilos más contemporáneos los que lo despeñan (tampoco el Auto-Tune de “Drown”), sino su insistencia en expedir insulsos e interminables medios tiempos y baladas que, como “Love & War”, “Technicolor” o esa incomprensible elección como single que es “Selfish” (teniendo en cuenta que hay al menos tres o cuatro bangers en potencia), aportan muy poco al catálogo del autor de “Cry Me A River”. Si le hubiera dado por meter la tijera, nos habría ahorrado la necesidad de darle al skip y estaríamos hablando de una resurrección en toda regla, y no de la leve recuperación que es. ¿Quizá a la próxima? ∎