“In The Blue Light” es un álbum en directo grabado en el Blue Note Jazz Club de Nueva York en mayo de 2024. Se trata, como su propio nombre indica, de un espacio para escuchar jazz (y es uno de los más famosos del mundo): hay (o ha habido) réplicas de este en Japón, Corea del Sur o Italia, y el establecimiento cuenta también con su propio sello discográfico. Este, por descontado, no edita nada parecido a
Kelela, porque Kelela, hasta hace bien poco, nada tenía que ver con la esfera jazz (más allá del bagaje adherido a toda la música de Occidente, especialmente al R&B. Sin embargo, todo proviene del jazz, ¿no? Entonces es como si nada proviniera de aquel).
En realidad, la de Washington D.C. tuvo formación musical de adolescente, y realizó sus primeras actuaciones cantando estándares de dicho género musical. Pasó por el metal progresivo y, tras muchas otras inquietudes, a nuestros oídos ha llegado por sus incursiones en la música electrónica, con un enfoque de club futurista (que no retrofuturista). Su último LP de estudio,
“Raven” (2023), oscilaba en torno al breakbeat noventero, el jungle y otros géneros de baile afrodescendientes.
“Take Me Apart” (el primero), de 2017, también coqueteaba con el dirty south y el soul. En general, todo su universo oscila en torno a la música negra de baile desde una perspectiva
queer. Ahora, sin embargo, propone un directo en el que arregla con arpa algunos temas de toda su discografía, convirtiéndose en una intérprete mucho más elegante de sí misma.
Así,
“Enemy”, que en su versión de la
mixtape “Cut 4 Me” (2013) era una canción de dubstep con elementos de
glitch y de bedroom pop, se compone de un arpegio al que se van añadiendo otros adornos (en su mayoría, glissandos) en la parte más aguda del instrumento.
“Raven” regresa al synthpop del que proviene, pero en
“Take Me Apart” ya aparece una percusión algo tímida (ha cambiado las baquetas por las escobillas), y una rearmonización en clave de jazz: entremedias, comenta que lleva viniendo al club desde que tenía 19 años y que es un sueño estar allí. En
“Bankhead” se añaden un piano, un bajo y una coral.
“Waitin’” se introduce con un
shaker: Kelela publica un directo completamente vacío de todo aquello que definía su proyecto como electrónico para, gradualmente, rellenarlo con elementos más cercanos a la música de academia (la de escuchar sentado, al fin y al cabo).
Es posible que por intentar
ajazzar toda su discografía (no muy extensa, pero sí sonoramente muy concreta) pueda llegar a los clichés del otro extremo, como podría ser el caso de
“30 Years”. Bastante más sutil resultan
“Furry Sings The Blues” o
“Love Notes”, pese a ser versiones de Joni Mitchell y Betty Carter (canónicas dentro de la escena homenajeada).
“In The Blue Light” termina con
“Cherry Coffee”, cuya versión de directo posee la misma introducción ambiental que su predecesora de estudio. Con su primer LP de concierto, Kelela regresa a sus orígenes, a su adolescencia tardía y a los estándares de jazz que cantaba en el instituto. Nada es para siempre, y basta con echar la vista atrás para darse cuenta de que lo de dentro de nuestras cabezas es una idealización de un suceso real. Un sueño cumplido y grandiosamente ejecutado, pero un sueño al fin y al cabo. Kelela tiene que volver al presente, a la música de club y la cultura de baile, que es donde se hallan su inquietud y su activismo primigenios. Decide terminar haciendo el guiño más evidente a la versión original. El ciclo se cierra. Como en un pestañeo, esa intérprete de jazz parece no haber existido nunca. ∎