El anterior álbum de Laura Marling, séptimo en solitario, “Song For Our Daughter” (2020), imaginaba en el tema titular a una futura hija suya a la que dirigía la letra. Premonitoria o no, esa hija se hizo realidad tres años después, y es en su compañía, en casa, en plena brega de madre primeriza, cuando ha ido componiendo a ratos estas hermosas canciones teñidas por la vivencia. El más afamado director de cine de nuestro país considera, según ha declarado, que dar a luz un hijo propio es una muestra de egoísmo. No parece que Marling se haya sentido así, porque lo que expresa en estas canciones es el absoluto gozo por la experiencia de la crianza de su hija y el sentirse parte de una inmemorial cadena de transmisión entre generaciones. Dicha sensación permea en la música: desnuda, natural, cercana y acogedora. Si en su anterior trabajo ya iba en esa dirección más esencial, en este se acrecienta la sensación. No hay percusión, solo un sección de cuerdas y algún teclado dotan de colchón a su voz, entonada con tanta ternura como para no despertar a su pequeña, y una guitarra acústica tocada con delicados arpegios y sin el decidido rasgueo de pasados años.
“Child Of Mine” es tan transparente como su título, una declaración de amor incondicional de madre a hija, cuyo murmullo se escucha al principio, con la colaboración de Buck Meek de Big Thief y unos coros angelicales. El título del álbum aparece en dos canciones, en “Patterns” y en la homónima. En la primera, imagina lo rápido que crecerá la niña y las distintas etapas hasta que sea una adulta, como le sucedió a ella, de ahí la idea de los patrones repetidos. Lo hace con una de las melodías más exquisitas de la colección. En la serena titular, no queda tan claro el sentido, ya que parece aludir a una relación pasada que se truncó.
El peligro de estos trabajos basados en la maternidad en primera persona es que la artista pierda el foco y caiga en lo manido o en la amplificación desmedida del sentimiento privado. La destreza de Laura para evitarlo es abrir la perspectiva e incluir otros temas relacionados, a la par que algunas sombras en contraste. En “Your Girl” se acuerda de su madre y sus desvelos, más valorados ahora, mientras que en “Looking Back” recupera una composición de Charles Marning, su padre, en la que siendo joven imaginaba un futuro en el que, ya viejo, solo le quedaría hacer recuento de lo vivido. También de fantasear con su futura relación con su hija, ya adulta, va la minimal y preciosa “No One’s Gonna Love You Like I Can”, con un delicado piano acompañado por las cuerdas en el momento cumbre.
Demostrando que su curiosidad musical no se limita a la búsqueda del mejor acompañamiento para sus versos, incluye dos instrumentales. “Interlude (Time Passage)”, con un repetitivo patrón de órgano, que puede recordar a Laurie Anderson, y un delicado trabajo con los teclados que pueden retrotraer al trabajo de Marling con Mike Lindsay en Lump. La segunda es la versión sin palabras de “Lullaby”, una frágil nana incluida también con texto, que evoca la belleza atemporal de “Moon River”.
Dice la británica en sus entrevistas que se siente orgullosa de esta colección de canciones que al principio dudaba de si poder sacar adelante dedicada en cuerpo y alma a su criatura, pero que, conociendo la fugacidad del tiempo, no quiere perderse ni un segundo junto a ella, de modo que medita no volver a girar ni grabar en una muy larga temporada. Quizá definitiva, apunta. Esperemos que en eso no sea egoísta y siga compartiendo su don y sus vivencias con todos nosotros. ∎