Álbum

Laurel Halo

AtlasAwe, 2023

Laurel Halo es una artista en permanente movimiento. Cuando fichó por Hyperdub y publicó “Quarantine” (2012) y “Chance Of Rain” (2013) parecía que podía convertirse en un nombre asentado en el circuito de la electrónica post-dubstep, aunque en realidad esos discos eran bastante más complejos que muchos de los que publicaban otros compañeros de escena. Igualmente ella nunca pareció demasiado interesada en seguir ningún camino concreto. De hecho, su lado experimental y explorador ya venía de antes: en 2011, sin ir más lejos, participó en la synth jam FRKWYS 7 junto a James Ferraro y Daniel Lopatin, con quien comparte muchos rasgos e intereses. Y después de acercarse a un formato de pop contemporáneo (en “Dust”, del 2017, maravilloso) se esquivó a si misma en su siguiente título, “Raw Silk Uncut Wood” (2018), un disco mucho más áspero, entre el ambient y el jazz vanguardista, con pianos, glitches y drones, sin apenas ritmos o melodías a las que agarrarse, y que puede ahora interpretarse como precedente directo y hermano menor de “Atlas”.

Porque, sí, podemos decirlo ya sin esperar más: “Atlas” es un disco mayor. Probablemente un título clave en su discografía, aunque quizá pueda parecer pronto para afirmarlo. También el primero de su nuevo sello, Awe, cuya traducción podría ser “temor”, “asombro” o “admiración” (todo cuadra). Un álbum que se ha ido construyendo lentamente, en un proceso de, como mínimo, tres años; tiempo en el que Halo ha mezclado un DJ-Kicks, ha formado parte del Moritz von Oswald Trio y ha compuesto la banda sonora de un documental sobre las relaciones humanas en tiempos de redes sociales (“Possessed”, de Metahaven y Rob Schröder). Lo que decíamos antes, eso del movimiento permanente, tiene que ver con lo físico (constantes cambios de ciudad, por ejemplo), pero también con la obsesión por encontrar nuevos espacios, por probar cosas, por avanzar y no quedarse quieta. Las dos últimas novedades en la vida de Halo han coincidido casi en el tiempo con la salida a la luz de “Atlas”, así que probablemente no hayan incidido de forma directa en su resultado final, pero de todas formas conviene señalarlas, aunque sea solo por conexión cósmica y la perpetuación de esa inquietud vital: 1) su reciente mudanza a Los Ángeles y 2) el nuevo trabajo como profesora de composición en la universidad californiana CalArts.

Pero vayamos a la música, sin más dilación. “Atlas” es un disco de ambient con todas las letras: pausado, inmersivo, flotante, alérgico al ritmo; y, por encima de todo, majestuoso y profundo, aunque para nada pomposo o pretencioso. Lógicamente, a muchísima gente le va a costar entrar en él, y se necesita tiempo y ganas de sumergirse para disfrutarlo y apreciarlo como se merece. Pero una vez dentro su sonido y su atmósfera apabullan y, a poco que se preste atención, se percibe enseguida que está muy pensado y muy vivido, que nada suena porque sí. Tomemos, por ejemplo, un tema como “Naked To The Light”: la densidad de los sintetizadores marca el tono y te encierra en su universo; pero en realidad ese espacio está muy abierto, y por él entran violines que expresan una tristeza serena, una belleza más allá de las cosas, alterada ligeramente por leves arpegios de piano. Escucharlo con auriculares, en postura estática, sin hacer nada más y a volumen alto, es toda una experiencia. Lo mismo sucede con “Late Night Drive”, con un chelo desafinado (cortesía de Lucy Railton, cómplice fundamental en el estudio y sobre el escenario) que añade tensión y amenaza desde lo lejos. De hecho, “Atlas” parece un disco calmado, pero siempre hay algo moviéndose por debajo (o al fondo) que resulta inquietante.

“Atlas” puede ser lo que parece, pero es más interesante aún cuando se revela como aquello que no parece. En “Belleville”, primer adelanto y el tema más esquelético del disco, está acreditado Coby Sey a las voces, pero apenas se distinguen; eso no quiere decir que no estén: están, pero su efecto no es evidente. Y esa es la propuesta de Halo, como un juego, desdibujando las fronteras del proceso de composición con el del diseño sonoro. Los saxos de Bendik Giske y los violines de James Underwood se confunden y se hunden en un mar digital, que a su vez se altera con las dinámicas orgánicas y físicas de los instrumentos. En la nota que acompaña al disco en bandcamp se dice que “Atlas” es “como una serie de mapas que se pueden escuchar hasta el infinito, plagados de detalles ocultos”. No tengo claro lo de los mapas, pero sí que aciertan con los detalles, que se comportan como lo hacen los peces en el mar: se escapan cuando te zambulles, pero poco a poco van regresando a ti cuando permaneces el tiempo suficiente dentro del agua. ∎

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