Dice Leon Vynehall que su nuevo álbum, “Rare, Forever”, sirve de secuela de aquella maravilla de formas downtempo que fue “Nothing Is Still”, su disco de 2018. Nada que discutir si tenemos en cuenta que aquel trabajo sobresalía por su naturaleza narrativa, nunca conformándose con ser solo música, más cerca de una opus multidisciplinar. Pero donde la primera entrega era todo embeleso, brujería musical a base de cuerdas, piano y saxo, su continuación, aun partiendo de una paleta sonora similar, se adentra en sonidos más siniestros y se beneficia de un enfoque más directo que le ve volver a la pista de baile.
No es casualidad que, mientras que “Nothing Is Still” fue algo así como una gran novela americana en clave musical dedicada al viaje transatlántico que emprendieron sus abuelos en busca del sueño americano, este “Rare, Forever” trate temas más personales, adentrándose en la psique del autor. Es su aquí y su ahora, sin cortapisas, sintetizando su visión musical en su trabajo más equilibrado entre concepto y sonido.
Leon Vynehall no tiene ningún miedo de hacer convivir bangers enérgicos huérfanos de clubes, interludios con recitados de poesía a tres voces, coqueteos con el tech-house con coda al piano de los que sale airoso, percusiones afrobeat... Las conclusiones son varias. Una, que queriendo hacer un LP siniestro y retorcido, también le ha salido accidentalmente su música más optimista; dos, que, sin una narrativa propiamente dicha y apostándolo todo al diseño sonoro, brilla como en el pasado; y, tres, que por sonido, espíritu, consistencia y ambición no habíamos escuchado a un productor dance tan seguro de sus posibilidades en el formato largo desde los Underworld de mediados de los años noventa. ∎