En medio de la pandemia, Los Lagos de Hinault publicaban su cuarto disco. “Soledades” se recibía en noviembre de 2020, durante un tardoconfinamiento en el que el título del álbum podía representar la catarsis para muchos de sus oyentes. Andrea Buenavista cantaba (como era habitual) a lo largo de todo el trabajo, que no era corto. A todo ello, su marcada estética maquetera y su ideario bedroom cuestionaban si Los Lagos de Hinault era el proyecto en solitario de Carlos Ynduráin, una reunión de amigos, el fruto de una jam íntima o un proyecto que buscaba ampliar sus horizontes. Tres años más tarde, “Flores de Oriente” regresa generando la misma estupefacción de su predecesor: el proyecto de Ynduráin es un poco como el Guadiana, ya que aparece y desaparece cuando menos te lo esperas. Por otra parte, su sonoridad tan premeditadamente lo-fi y su conciencia deliberadamente alternativa plantean el escenario en el que, un día cualquiera, el proyecto deje de dar señales de actividad y, simplemente, quien calle otorgará.
Pese a todo, el merchandising de “Flores de Oriente” estaba disponible mucho antes de anunciar su fecha de salida. “Todo un clásico” comentaban algunos usuarios de X (antes Twitter) al publicar la foto de la nueva tote bag de la banda. Cabe preguntarse cómo puede ser clásico un disco que aún no ha sido publicado. ¿Será que Los Lagos, como representantes del indie verdadero (o su vertiente menos casposa), poseen un sonido canónico per se? Otra opción es que la terminología empleada haya sido fruto de la confusión: “Flores de Europa” era el segundo disco del proyecto (publicado hace nueve años), y de aquel sí que podemos hablar como un adalid en su trayectoria.
De este modo, el nuevo disco de Los Lagos de Hinault aparece una década después como una continuación, una cara B, o la segunda parte de la historia. La oposición Oriente/Occidente no es casualidad: Ynduráin ha pasado la última etapa de su vida en Hong Kong como investigador en la universidad. Así, su nuevo trabajo se entiende como una retrospectiva espacio-temporal, que repasa algunos momentos (y, en especial, algunos no-momentos) de su vida: “Jamás he conseguido llegar a nada, tampoco es que haya puesto excesivas ganas (…) pero de todas formas da cierta rabia” es la frase con la que se abre la escucha, perteneciente a “Sus alas blancas”. La cronología vital de Ynduráin empieza como autobiografía resignada, pero de aquella se extrae la conclusión más representativa del proyecto a día de hoy: hace diez años el underground era underground premeditada y concienzudamente, conceptualizado por oposición al mainstream más que por su no-aceptación dentro de tal circuito.
Otra de las narrativas para situar al personaje dentro de su relato está abiertamente relacionada con el matrimonio. De la tolerancia de “Ya sé que tienes novio y que te casas, pues claro que me alegro, ¡solo faltaba! (…) pero de todas formas da cierta rabia” (de la misma “Sus alas blancas”) pasamos a la seudovenganza con alevosía de “A un baile”: “verano, verbena, bebida, ya sabes, tal vez me enamore y luego me case: si tú te has casado, ¿por qué iba a cortarme? La vida no espera y yo llego tarde”. De algún modo, se nos presentan las fases del duelo a la inversa en una personalidad que no parece el centro de la narrativa: la historiografía de Yundiráin versa sobre cómo el mundo ha avanzado y le ha dejado en la estacada, no siendo el main character de su propia película. Andrea Buenavista (que por primera vez firma con su nombre artístico dentro del proyecto) insiste en la épica del inadaptado social durante “Nefelibata”: “Carlos, hay chicas muy guapas, algunas son raras y puede que les caigas bien (…) aprende a ligar de una vez”.
De todos modos, la unión matrimonial no tiene peso por sí misma sino, más bien, como asociación parte-todo de la madurez, o todos los objetivos que tiene que haber cumplido el adulto que supera la treintena. Oriente funciona por la perspectiva que otorga la lejanía que, en realidad, es más cercana de lo que se espera (a determinada edad, todos pensamos en aquellas cosas que nunca llegamos a hacer). Con perspectiva, Los Lagos de Hinault brindan un análisis del incomprendido: ser siempre el de fuera a nivel comunitario, conformarse y dejar de intentarlo.
Quizá, el concepto que mejor refleja su quinto disco sea el de “esforzarse por fracasar” del que el propio Carlos habla en “Oye, Karakuchi” o, lo que es lo mismo, desvivirse por ser el otro dentro de la colectividad. Con respecto a ello, la derrota se convertiría en una concepción más externa que interna, y en el imaginario individual lo personal se mezclaría con el trabajo: es inevitable, ya que por una cuestión ideológica, Los Lagos de Hinault no podría ser entendido como un proyecto profesional. Yunduráin tiene a mano los medios para traspasar la frontera sonora de la demo, como también domina con creces la capacidad compositiva del estribillo pop. En unos tiempos donde el capitalismo impregna las capas más bajas de la industria, la escena del Festichachi o el Madrid Pop Fest puede no entenderse por su presencia en la brecha. Sin embargo, quizá el problema sea que hoy en día todo el mundo quiere ser el número uno. ∎