El grupo valenciano llevaba siete años sin publicar un álbum de canciones nuevas en sentido estricto. “Bailes de verano” (2020) vio la luz poco antes del zurriagazo COVID y repartía cada una de sus caras entre el estudio y el directo. Hay que remontarse hasta “Los perros ladraron” (2017) para encontrar un trabajo de dichas características bajo su firma, ya que el estupendo EP “Puño en alto” (2018) paraba el crono en el minuto catorce.
El tiempo pasa –es uno de los asuntos que el cuarteto aborda en este quinto álbum– pero la propuesta de Los Radiadores permanece. De hecho, parece que ese correr del reloj tonifica su bregado organismo rockero. Lo que viene siendo ajamonarse en lugar de amojamarse. Esto no quiere decir que el grupo liderado por el cantante y guitarrista Raúl Tamarit –compositor de las nueve partituras que dan forma a “Sorbos de electricidad”– haya optado por una renovación de sus principios estéticos, esa cosmética de pinchazo e implante que desubica y delata. La propuesta sigue siendo la misma, rock mondo y lirondo haciéndole ojitos al punk con letras tan suyas como la voz del propio Tamarit.
Como hablamos de músicos de largo recorrido y con recursos, ese cerco genérico no les impide facturar un lote de canciones con suficiente dinámica para que la escucha –media hora de reproducción– discurra libre de fatigas. Pasan del hard rock a saco de “Moriré más por ti” –con estribillo de texto burlón en plan Siniestro Total… o en plan Sho-Hai en pleno arrebato abstemio– a una “He visto cosas que no podrás creer” –posiblemente la mejor de todas– que se asienta sobre el beat de Bo Diddley para sumarle una letra enumerativa de espíritu Lapido y un puntito de la E Street Band de “She’s The One”, más el guiño a Roy Batty del título. “Querido dolor” muestra su vertiente vaquera, envuelta en electricidad que en algunos pasajes entronca con la intensidad voltaica de pioneros de la renovación country-punk-rock como Jason & The Scorchers.
A partir de “Han vuelto a llamar”, adornada con teclados de viejo, el disco –elegantemente envuelto en portada bitono y con una disposición tipográfica que recuerda a Los Enemigos, uno de los grupos favoritos de Tamarit– pilla el carril cañero de forma definitiva y hay que aplicar oreja a fondo para advertir los matices de la ramonera “Ya no somos jóvenes”, que conjuga la reflexión sobre el paso del tiempo –en piel propia– con estilemas punk y algún verso pícaro en el que parecen rebelarse contra las imposiciones del edadismo. “Esto ya lo vi” tiene un profundo aroma a los primeros The Clash, especialmente en el crepitar de guitarras y el latir de los toms, mientras que “Ayúdame” detona con el nervio de los primeros X y muestra su faceta más high-energy, con el compás siempre a piñón y andanadas de riffs –también de bajo– acompañando al estribillo. El álbum termina con “Rápido”, aproximándose al Londres de la segunda mitad de los setenta en el que convivieron el punk, el pub rock, 2 Tone, Stiff y la nueva ola, en una composición muy elaborada, idónea para dejar caer ese último acorde antes de que se pierda entre los rumores de la noche cerrada. ∎