Álbum

Lou Reed

EcstasyReprise-Warner, 2000

Lou Reed vuelve a ser Premio Limón de la Música. Un triple A en toda regla: ácido, agrio y amargo. Él y “Ecstasy”, disco que ayudará a olvidar el mediocre “Set The Twilight Reeling” (1996) sin alinearse con sus anteriores obras maestras. Lo aseguró él mismo a su casi autoparódico paso por Madrid: “‘Ecstasy’ habla de eso, del éxtasis”. Pero si lo hace, será con prisas de última hora, porque “Ecstasy” huele a obra argumentada a posteriori, con una pieza titular que ya debe pasar a su catálogo como una de sus mejores composiciones –de poética visual exquisita, musicalidad turbadora y simplicidad maestra– y con otras encajadas con calzador.

“Paranoia Key Of E” y “Mad” –ambas con la sospecha del incesto en primer plano temático– se resuelven con una inyección de soul soplado. Y “Mystic Child” nos muestra a un Reed nervioso, excitado, cuya voz lucha contra un riff chirriante. La opción de la huida planteada en “Modern Dance” llega con una frase que suena a sentencia de muerte: “Todo va cuesta abajo tras el primer beso”. La insatisfacción, la imposibilidad de que un gran cielo pueda contener a dos personas, planea por todo el disco y presenta a su rendición en “Tatters”: “Algunas parejas viven en armonía; otras no”.

Estamos ante un Reed de dormitorio y sala de estar, que saca la cabeza por la ventana en “Future Farmers Of America” –la pieza que, junto con “Mystic Child”, menos encaja en el conjunto–, pero solo se supera con el bolígrafo y el papel –“Turning Time Around”, precioso ensayo sobre el significado del amor–, no con la guitarra. Y mientras el disco se precipita hacia escenas de sadomasoquismo –“Rock Minuet”– y amores que se te escapan siete veces en una solo vida –“Baton Rouge”–, el ex Velvet Underground busca una nueva oportunidad de llamar la atención en el aspecto sonoro con “Like A Possum”, dieciocho minutos de tormenta eléctrica, y “Big Sky”, un rockata que hará las delicias del gentío festivalero. Pues bueno. Este desordenado “Ecstasy”, aun careciendo del acabado conceptual de “New York” (1989) o “Magic And Loss” (1992), nos rencuentra con un artista afilado y afinado. El primer atisbo de mejora tras ocho años en la sala de espera. ∎

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