Imbuidos de la épica heavy pop, así es como se presentan Medalla en su arriesgado tercer álbum, donde fuerzan al máximo las líneas que llegan hasta la superficialidad. Es en esta capacidad para bordear dicha frontera, y no traspasarla, donde este trabajo se hace fuerte, en una especie de paralelismo con los Manic Street Preachers de los años 90, a quienes recuerdan en la afectación desmesurada con la que atacan cada línea de flotación de “Leviatán”; sin duda, uno de los temas más representativos de la fórmula propuesta, donde juegan con la hibridación de la testosterona heavy metal y la sensibilidad pop más intensa.
Bajo esta dirección, nos encontramos con un grupo capaz de hacernos recordar a unos The Boo Radleys pasados de anabolizantes, con los que comparten la necesidad de enfocar la materia pop como un juguete maleable, con el que poder llevarlo a terrenos tan divergentes como la intimidad acústica que planea en las cuerdas otoñales de “Verde esmeralda” y la mezcolanza entre tensión krautrock y exuberancia noise-rock demostrada en “Velázquez”. Entre estos dos extremos, se cuece una red de desvíos sin par, como en “Romance”, en la que toman la deriva pop atormentada de The Auteurs en sus dos primeros LPs para entregarnos uno de los momentos culmen de su carrera, hasta el momento.
No hay filtro en este viaje de autodescubrimiento, mediante el que aúnan extremos geográficos en su patente, como en la saudade jazz-pop a lo Everything But The Girl con la que arman el núcleo de “Altares” o la sobredosis arábiga con la que eclosiona el muro eléctrico en “Doce espadas”. Cortes como los señalados subrayan el ímpetu demostrado por un grupo que, en base al desafío del “difícil tercer disco”, han decidido tomar la vía central de sus deseos, aquí reflejados en unas canciones que explotan, luchan contra sí mismas y siempre están en conflicto constante dentro de una producción, a cargo de Sergio Pérez, en la que prevalece la tendencia a tirar de electricidad crispada pero afilada, a través de la que las melodías sangran y se regeneran constantemente en un ejercicio de supervivencia por no caer en la pomposidad.
Por todas estas razones, “Arista rota” no solo es el disco más arriesgado de Medalla hasta el momento, sino también el más contundente y directo. Como un crochet al bajo vientre, donde las náuseas se transforman en placer epidérmico. Terapia de choque con la que han encontrado un camino tan peligroso como excitante. Y para el que tanto juegan con las posibilidades del eufemismo como se embarcan en la consolidación de un universo propio de tintes medievales, que sirve para amplificar el impacto hiperbólico de unas canciones surgidas de un arrebato pasional desenfrenado, con la sangre hirviendo hasta los topes. Adrenalina pura mediante la que han conseguido reventar cualquier equilibrio posible entre calma y tempestad. Lo que se entiende como un todo o nada, y para el que arrimarse al todo significa una apuesta por recuperar aquel pálpito de emoción perdida en el indie pop masivo del siglo XXI. ∎