Álbum

Michel Cloup

Backflip au-dessus du chaos Ici d’ailleurs-Gran Sol, 2022

Al escuchar el primer largo estrictamente en solitario del artista tolosano –después de tres décadas dedicándose al oficio– es de esperar que aquellos oyentes más familiarizados con su obra anterior sientan cierta desorientación: nos hallamos ante un ente creativo que conserva la misma voz y el mismo espíritu compositivo, pero los expresa sirviéndose de una infraestructura distinta. La ausencia (casi) absoluta de la figura del baterista, que lo ha acompañado en todas sus aventuras extragrupales –en los últimos años fue Julien Rufié, que aquí asoma la cabeza en un par de pistas para proporcionar raciones de percusión digital–, y de un espacio de grabación compartido generan a su vez una ausencia inicialmente sorpresiva (incluso claustrofóbica) de airosa humanidad. Si bien Michel Cloup está bien curtido en el arte de pisar pedales y experimentar con temas en el estudio, la impresión inmediata es que, por razones varias (algunas pandémicas), es en este disco, más que en cualquier otro, donde se ha volcado de lleno en la programación y el jugueteo con capas, cortes y loops. Un hecho que, sin embargo, no significa necesariamente que el repertorio resultante sea artificial o clínico, ni tampoco indicaría, a priori, una pérdida de pasión. Porque, ya sea recurriendo a una ingeniería avezada o no, el francés no es dado a la vagancia, ni nunca se mostró falto de imaginación. La cuestión se resume en: ¿cómo clasificar este trabajo, donde apenas colabora con nadie? ¿Anomalía, reinvención, evolución…?

Al desarrollar los temas, el músico combina una forma estructurada de armar ciclos rítmicos con una libertad más desfasada en lo referente al uso de guitarras filtradas. De igual manera, los sentimientos evocados oscilan entre una calidez eufórica, una ruidosa urgencia y una frialdad más desapegada. A lo largo de estas metamorfosis tonales, el siempre vocalmente entregado Cloup deviene agitado, ominoso o taciturno, adecuándose a los parajes sónicos que elucubra y proponiendo escenarios que podrían recordar (en cuanto a actitud) a los de figuras como Blixa Bargeld con Einstürzende Neubauten, Andrew Falkous con Future Of The Left, Jim Reid con The Jesus And Mary Chain, o Alan Vega con Suicide, por mencionar solo un puñado de posibles ecos. Similarmente, a pesar de las aparentes limitaciones que supondría el hecho de trabajar en solitario con un ordenador, las pistas presentan una relativa fluctuación de géneros –synthpunk, post-rock noventero, indietrónica, minimalismo industrial o noise pop/rock–, algunos remontándose a sus pinitos en la escena musical.

Al principio del álbum impera la tralla: se abre con la seguidilla “En attendant demain”, desfile de capas de martillazos y cuchillazos de beats y guitarreo digitalizado que acaba sonando sorprendentemente eufórico; “Mon ambulance”, ensamblaje de drum machine, sintetizador de 8 bits, melodías tarareables y una sentida interpretación al micrófono (especial mención merece su entrega de las palabras vien avec moi, mourir de rire et de joie); e “Introspection”, donde el acribillamiento vocal y el tráfico de ruidos (incluyendo un final cacofónico donde la guitarra parecería querer emular el sonido de un módem de 56k) transcienden lo abrasivo y quizá acaban resultando cargantes. Cloup saca su vena más melodramática cuando desciende a ambientes fabriles: canciones como “Brûle Brûle Brûle”, dedicada al derrumbe del imperio del hombre blanco y erigida sobre una electrónica oscura que sin embargo concluye con cierto triunfalismo; o “Viellir”, larga pieza-atmósfera de tensión acumulativa donde saca a relucir la totalidad de su arsenal musical-informático para transformar una propuesta inicialmente minimalista en un auténtico paraje hipnótico repleto de elementos maquinales.

Hay también cortes menos clasificables inmediatamente, como la extrañamente nostálgica “Résurrection” (de no muy imaginativa percusión enlatada, pero con un excelente de trabajo de guitarra pedaleada que recuerda a Doug Martsch canalizando a Neil Young), “Ciao bye bye” (frágil canción anclada en cinco simples notas de Casiotone que explota melódicamente en el último tercio) o “Dix ans”, probablemente el regreso más directo a la particular esencia pop de Diabologum (con algún que otro pasaje slintiano de voz susurrada). El disco termina con un curioso ejercicio: una reformulación del himno de La Internacional, obra de Eugène Pottier. Quizá algunos puristas considerarán ultrajante la decisión de desechar la maravillosa composición musical de Pierre de Geyter (así como también la presencia irreverente de un organillo casi eclesiástico en los primeros segundos), pero claramente Cloup parte desde el respeto, y logra preservar la potencia de los versos originales.

Tratándose de una obra de tipología poco ortodoxa dentro de una larga trayectoria de por sí tampoco demasiado ortodoxa, es justo valorarla como territorio conocido a la vez que foráneo. Si bien el músico no demuestra una maestría excepcional a la hora de programar las bases (nunca mediocres, pero no siempre interesantes), sí se le nota suelto e indagador en su laboratorio; es fácil imaginárselo disfrutando del trasteo con los loops. Asimismo, salvo en momentos puntuales de machaqueo o redundancia (como la excesivamente alargada “Lâcher prise”), el ritmo no suele decaer, como tampoco bajan de nivel las letras, por lo general emocionalmente afiladas, en ocasiones incluso existenciales o sardónicas. No sabemos si Cloup regresará a sus dinámicas habituales de dúo, dejando atrás este álbum como un intrigante divertimento puntual, o si seguirá por esta senda en solitario, acomodándose en este rol novedoso de amo absoluto del proceso creativo. Sea cual sea el futuro próximo, el presente disco figurará como una apreciable y suelta exploración de ideas e inquietudes. ∎

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