Uno no está nunca del todo preparado para escuchar discos como estos dos. O quizás haya alguien que sí, puede ser. Son como dos ovnis lanzados al exterior hace treinta años, cuando casi aún no existía internet. ¿Es música? Sí, claro. Aunque algunos lo llamarán “ruido”; y otros –quizá dando en el clavo más que nadie– hablarán de “sonidos”. Estos dos alemanes, como Microstoria, estaban inventando el ambient glitch digital antes de que eso pudiera ni hacerse. De hecho ambos llevaban un tiempo en ello: Markus Popp (nacido en Darmstad y conocido como Oval para casi todo el mundo) había publicado ya “Systemisch” (Mille Plateaux, 1994) y estaba a punto de dar su golpe definitivo con “94Diskont” (Mille Plateaux, 1995), biblia, piedra de Rosetta, documento fundacional y santas escrituras (todo junto) de los clicks’n’cuts y la electricidad estática. El otro, Jan St. Werner (de Nuremberg, pareja de hecho de Andi Toma en Mouse On Mars) se encontraba en el tránsito entre un primer álbum sorprendente (“Vulvaland”, del 94) y un segundo deslumbrante (“Iaora Tahiti”, del 95; ambos de MOM y ambos en Too Pure), desdibujando las fronteras entre IDM, kraut, beats, música experimental y pop (o, si me aceptan el chiste, popp).
Ambos parecían rechazar de lleno cualquier contacto con géneros pasados, instrumentos convencionales y estructuras clásicas. Ni tan siquiera se consideraban músicos; quizá diseñadores de sonido, alquimistas, científicos probando con nuevas máquinas pensadas para crear audios inverosímiles, universos sónicos y mundos paralelos. “init ding”, así, en minúsculas, apareció en junio del 95; “_snd”, así, con guión bajo, unos meses después, en el primer tramo del 96. Ahora Thrill Jockey los reedita juntos, y, en una primera escucha, sin conocer demasiado el contexto de su creación, tiene sentido; pero, si nos fijamos un poco, los cambios entre ellos son significativos. En “init ding” hay juego, movimiento, incluso leves ritmos de base (“Edu”, “Fund”) y sonidos que, aun siendo digitales y sintéticos, parecen orgánicos. Se pueden incluso intuir y evocar melodías y una atmósfera exótica, en la que pájaros robóticos descansarían sobre ramas de árboles proyectados en 3D. Quien no tenga un oído un poco preparado para el ambient y la electrónica experimental seguramente huirá a los pocos minutos sin entender nada, pero quien sepa apreciar la belleza que puede haber en una textura y tres glitches sueltos puede (y debe) caer cautivado por estos diez temas tan fuera del tiempo como del mundo real.
El cambio a “_snd” casi no se nota, porque la última de “init” (“Dokumint”) parece un avance de lo que lograrían menos de un año después: eso es, despojarse de cualquier “adorno” o “arreglo” para concentrarse en la (casi) nada. Un timbre, un tono, un drone: poco más. Esto es música experimental de verdad, la que encuentran dos hombres buscando los límites del sonido, del ambient y de ellos mismos. El principio del glitch ambient tal como lo conocemos hoy, e influencia más que probable para genios como Christian Fennesz, Vladislav Delay, Stefan Betke o Jan Jelinek. Imposible definirlo adecuadamente con palabras y difícil también explicar las sensaciones que uno puede sentir al escucharlo: calma tensa sería una posibilidad; desorientación y mareo, otra. Solo una recomendación: guarden 35 minutos de su vida (o mejor 80, si pueden, y así se ponen los dos), olvídense de móviles, pantallas, redes y obligaciones por un momento, y escúchenlo a volumen muy alto. Solo así, y solo quizá, se puede conectar con él y apreciar la indudable belleza de sus tonos, sus microsonidos y el espacio que queda entre ellos. ∎