Cada nuevo álbum de Miquel Serra es como un abrazo, un acto fraternal –la carátula es una muestra de ello– que conlleva la llama de la esperanza, expresada desde la soledad. A eso se dedica Serra, a escribir versos y musicar rimas sobre la soledad, cuando no ejerce de técnico de agricultura ecológica en su isla de acogida, Mallorca. Si su disco anterior, “Una casa és pànic” (2022), era un trabajo de madurez, el actual se abre a la nada, a lo desconocido. El trovador ibicenco demuestra que el miedo es una herramienta potente y útil a la hora de elaborar ideas. “La por conta una història”, canta en “Estiu ambulant”.
Como multinstrumentista, el músico balear sigue caminando entre el folk y el pop de cámara. En algunos casos, crepuscular, como en la inicial “Dies complets, taques de llum”. O en la melancólica “La teva època m’oblida”. O en la etérea y sensible “La sala oberta”, en la que el compositor aúna lenguaje y comunicación en versos como “Per la sala se mou la sortida / els quatre-cents un ponts / que esborren els noms de flor”. Sin olvidar los samplers de Miquel Perelló y Jorra Santiago. O la magnética “El rastre fresc”.
Miquel Serra, cercano a la cincuentena, con dos libros publicados –“Formigues vermelles” (2015) y “Pendents que arribin els conqueridors” (2021)–, más una decena de álbumes editados, entre otros “Opilions” (2009) o “La felicitat dels animals” (2015), es un compositor febril. El propio autor define “Las Hayas Arce” como el “disc petit” del anterior, ya mencionado, pues los compuso al mismo tiempo. Llega a esta grabación con la habitual confianza del músico curtido y seguro de sus capacidades. El disco se ha manufacturado entre él y el técnico de sonido, Sergio García Pérez, en Barcelona. Nueve temas condensados en media hora de cielo, que encierra desamparo y, también, unas briznas de esperanza.
En “L’espera”, con Borja Camí tocando el nai, el autor de “L'elegància dorm” (2019), no muestra reparo para lanzarse a una hondonada donde habita el abandono. “Com et puc dir com és enyorar-te... / o com de dur és que pensis malament de mi / Però veus més coses que jo / tens la teva pròpia moneda / i amb les bones parts del teu temps / mos enlaires”. En la siguiente, “Marge natural” se expanden los ángulos de la soledad en compañía. El desahucio emocional que nos atenaza como individuos parece no tener fin. En “No ve d’una ruïna”, el cantante se muestra firme, acompañado de la guitarra de Santiago. “I ara que tot ha acabat / i som com un fantasma / entra una veu i em diu / que no ve d’una ruïna / Era això de què parlàvem, tantes nits?”.
Una vez el audiófilo asume que la obra se mueve por la senda del desamparo, el álbum se adentra en la soledad, sin perder un ápice de cohesión interna. El brío del lenguaje se abastece de un ritmo intrínseco, aprovecha los espacios para equilibrarse, sin permitir que el desasosiego devore la calidad lírica de la producción. El intérprete respira amplitud. En “Las Hayas Arce” no hay piruetas estéticas ni subterfugios emocionales. La esencia que se esconde en las canciones de Miquel Serra seduce como un cielo limpio y azul. Cuando se alzan los ojos, la vista observa un inmenso mar, diáfano y sereno, huérfano de partículas hipócritas, llamado soledad. ∎