El post-punk vuelve una y otra vez, generación tras generación, tal vez por la enorme magnitud que Joy Division, The Cure y compañía tuvieron como grupos iniciáticos que pulsaban las teclas estéticas adecuadas para acompañar determinados ritos de paso.
Dentro de la escena de la Nueva oscuridad, los grupos ahora pueden venir del lugar más insospechado del planeta, viralizarse a través de TikTok y convertirse en bastión del movimiento doomer, asociado a la ansiedad climática y otros terrores contemporáneos. Ese ha sido el caso de los bielorrusos Molchat Doma, que, gracias a ese factor, acabaron firmando por Sacred Bones para su tercer álbum, “Monument” (2020), y saliendo de gira por todo el mundo (estuvieron en las ediciones de Primavera Sound de 2022 y 2023, además de ser el primer grupo que fue a Coachella cantando en ruso). Otro cambio sustancial es que sus tres componentes abandonaron su Minsk natal para trasladarse a Los Ángeles, aunque eso no ha implicado un cambio en el idioma.
Las influencias que muestran son nítidas. Los dos temas de arranque, “Ty Zhe Ne Znaesh Kto Ya” y “Kolesom”, recuerdan mucho a la EBM de Front 242 y Nitzer Ebb, aunque, a medida que el disco va avanzando, esa pulsión más industrial y bailable se va mitigando y se abre a atmósferas más meditativas y melancólicas que nos hacen pensar inevitablemente en Depeche Mode. Eso es así tanto por la voz de Yahor Shkutko, tan reminiscente de la de Dave Gahan, como por algunos de los pasajes de guitarra de Raman Kamahortsau, que parecen asimilar la raíz blues de la misma manera que Martin Gore. También hay mucho de synthpop de los ochenta, con momentos en que parecen aflorar New Order y The Human League. Promocionalmente se incide mucho en su evolución y en la búsqueda de un discurso propio, pero yo no lo veo tan claro. Han progresado en cuanto a producción y diseño de sonido, dejando atrás el lo-fi de sus inicios, pero sigue resultando un grupo tremendamente mimético, falto de originalidad.
El valor diferencial radica, básicamente, en su origen. En una banda occidental que hiciese esto mismo se podría poner en entredicho su credibilidad, vislumbrar cierta autocomplacencia en el acto de copiar referentes tan trillados y de acomodarse en textos plagados de clichés sobre el tormento personal y todas esas mierdas. Pero estamos hablando de tres hombres que vienen de un lugar diferente y que, al adoptar ese estilo, transmiten en su atmósfera lúgubre y desesperada el malestar de un lugar que estuvo sumido tras el Telón de Acero y que, caído el Muro, ha vivido momentos tanto o más oscuros, incluidos conflictos bélicos que, inevitablemente, afectan de lleno a la vida de estas personas. Percibo en Molchat Doma una reacción estética ante todo este horror (amplificada por la fantasía distópica de sus portadas, siempre consagradas a la arquitectura brutalista) y, además, invitan a que descubramos una escena que ellos reivindican y que resulta muy sugestiva: todo aquel post-punk de la perestroika del que aquí ni nos enteramos, y que representaron grupos como Kinó. ∎