Álbum

Morad

ReinsertadoM.D.L.R, 2023
Sin cumplir el cuarto de siglo, Morad ya ha vivido múltiples vidas. O los avatares propios de las mismas, como el ascenso al estrellato, el escrutinio mediático constante, la persecución social o el eterno juicio musical por parte de determinadas voces que actúan como popes del género. A lo que ha ido contestando construyendo su propio camino y tachando entradas de su presumible bucket list, ya sea colar canciones en el FIFA, colaborar con marcas deportivas o ponerse Francia –un país en el que el rap no es cuestión menor– por montera, por ejemplo. Por eso, que su segundo larga duración lleve como título “Reinsertado” no puede ser casualidad. El álbum es un puñetazo en la mesa, una especie de “esto queréis de mí”, pero en el que, a la vez y para que nadie se llame a equívocos, no pierde su esencia ni por un instante.

Lo primero sería destacar lo obvio. “Reinsertado” es un álbum en todo el sentido de la palabra. Más de una hora de proyecto a través de diecinueve cortes en el que encontramos una verdad tan impepinable como sorpresiva: estamos ante un disco. De los de antes. Coherente, cohesivo, pero a la vez todo un viaje por distintas geografías, ritmos e inspiraciones. Si crees que a Morad solo se le puede colgar una etiqueta o que es un hitmaker de los que llevan TikTok en la diana, ya puedes ir desterrando ese mito. El esfuerzo conceptual de Morad, primero, y especialmente de SHD y Scar a los aparatos, es aquí sobresaliente en cuanto a sabores sonoros y cómo jugar con ellos.

El primer corte, “Cristales”, es un ejercicio intimista y de orfebrería, una intro en todo el sentido de la palabra en la que Morad habla a su madre directamente y nos demuestra dos cosas: que en este álbum se va a desnudar y que su capacidad de escritura y composición ha crecido. Si quizá el mayor hándicap que se le podía achacar es que la profundidad de sus letras en el pasado era más pasional que racional, como escupidas directamente desde el estómago o el corazón, aquí se encarga de desmontar esa idea al toparnos con un mayor nivel de lirismo y, especialmente, una mayor capacidad metafórica.

Por supuesto, esto no significa que la seña de identidad Morad se haya perdido. Canciones como “Niños pequeños”, “Poporopa”, “Ojos sin ver” o “Desespero” conforman el núcleo central del álbum y siguen ancladas en la fórmula drillera uptempo particular del artista, con un cierto aroma francés y marroquí, en la que combina crónica de la calle con los aprendizajes a golpe de sinsabores que le ha ido entregando la vida. Otros palos como “Estopa” o “Un amigo me falló”, por citar dos ejemplos, son mucho más reflexivos, quizá más anclados en la tradición. Más rap, pero sin renunciar a lo melódico.

En lo relativo a colaboraciones, entre el listado de invitados encontramos, cómo no, a Beny Jr compartiendo espacio con Eladio Carrión, así como toda una sucesión de nombres de primera fila a nivel internacional –Nicki Nicole o ElGrandeToto–, además de superestrellas de la escena francesa como Ninho o Jul. La cantidad de talento que Morad es capaz de reunir en su álbum, con todos ellos aportando calidad al resultado final, debería bastarnos para ser conscientes de la ascendencia de este cantante y lo poco valorado que puede llegar a estar en ocasiones en nuestro país.

En definitiva, con “Reinsertado” Morad ha logrado seguramente lo más complejo: un álbum maduro y trabajado, con tintes conceptuales –más en lo estético que en lo mensajístico eso sí– y construido desde el conjunto y no desde la suma de individualidades, con colaboraciones impensables hace unos años para un artista independiente y en el que no deja de lado la fórmula que lo catapultó. Digan lo que digan, Morad ya es para siempre. ∎

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