Londinense de origen irlandés-barbadense (por parte de madre) y turco (su padre), Nilüfer Yanya lleva construyendo desde principios de la década un repertorio de pop contemporáneo subyugante que, paso a paso, la ha convertido en una de las artistas jóvenes británicas más originales e interesantes de su país. Una trayectoria que ha supuesto un crecimiento –creativo y comercial– sostenido y sostenible que encuentra ahora con su nuevo y tercer disco, “My Method Actor”, la confirmación definitiva y su candidatura al estrellato mundial.
El álbum, vaya por delante, incluye algunas de las mejores canciones de su carrera, pero también presenta a una Nilüfer más centrada, con más personalidad y desmarcándose de propuestas análogas por la profundidad de sus interpretaciones y ambición sonora en los arreglos. En entregas anteriores, diversos productores desfilaban por los créditos, mientras que ahora solo aparece una: Wilma Archer (en su momento conocida con el seudónimo de Slime) que también ejerce de cocompositora y cuya presencia le dota de coherencia interna al conjunto, frente a entregas anteriores un tanto fragmentadas en lo estilístico.
Cada una de las canciones aquí incluidas propone novedades sonoras en cada vericueto. Sorpresas en estructuras mutantes y arreglos que suenan con mayor seguridad que nunca: no hay miedo a desarmar al oyente ni para extremar una propuesta artística que, en todo caso, siempre suena natural. Hay ambición creativa pero también mayor seguridad en lo que hace Yanya: combinación ganadora.
El elemento fundamental del sonido de “My Method Actor” (en realidad: de toda su producción fonográfica, pero aquí luce más, si cabe) es la guitarra eléctrica. Hay muchos tipos de guitarrista, unos más virtuosos que otros, pero no es tan fácil encontrar a alguien que tenga un sonido propio, como es el caso de Nilüfer. Su particular manera de rasguear, cruda, pero controlada, permea la mayoría de cortes de un LP que fluye como un viaje. Queda inmediatamente de manifiesto en “Keep On Dancing”, que sirve de perfecta introducción. Una secuencia de acordes de guitarra acústica va dando paso a cuerdas, beats y la voz urgente de la británica. Esa sensación de (auto)confianza se nota también en su manera de cantar. Sin miedo, sin dudas, sin sospechas. Su timbre personal se mantiene, pero la capacidad de evocación se magnífica.
Sin espacio para respirar, “Like I Say (I runaway)” toma el testigo: una irresistible pieza de rock noventero cuya melodía pegadiza se eleva a la estratosfera con la distorsión del estribillo. La primera PJ Harvey estaría orgullosa del resultado. En las letras se cuelan historias de amores tormentosos. “The minute I’m not in control / I’m tearing up inside”, canta aquí. Más drama que melodrama. En “Method Actor” continúa la dinámica estrofa suave-ESTRIBILLO RUIDOSO-estrofa suave. Viejo truco que alcanzó su cumbre durante, otra vez, los años noventa. Los primeros versos del tema pueden servir como motto del LP: “Keepin’ me down, can’t get one past me / I came here last week / Just shake with laughter, my method actor / Not gonna solve all my problems / I’d love to drown in my new costume / It’s not a fault, won’t apologize for”.
“Binding” y “Mutations” cambian el paso. El primer tema, desacelerando el tempo y permitiendo que la pedal steel atmosférica de Joe Harvey-Whyte tome protagonismo. El segundo, con ritmos quebrados y melodías oblicuas que siguen abriendo la paleta compositiva del conjunto. El tono meditabundo y confesional aparece igualmente en “Call It Love”, dejando claro que no hay espacio para el cinismo aquí: “Waited all my life, dear / Out those ashes, I’ll appear”, confiesa en el estribillo. “Made Out Of Memory” es probablemente la pieza más emocionante que contiene el álbum. A medio camino entre Sade y Beach House, es una preciosa canción de (des)amor que, en lugar de parecer rencorosa, supone una llamada a la acción: “You made a mistake / you don’t give a fuck / You do what you want, so what you waiting for?”, incita a su amante.
“Wingspan” sirve como epílogo, demostrando que un arpegio de guitarra y la voz doblada de la cantante se bastan para emocionar al oyente. Los ruiditos y sintetizadores que se van sumando la dotan de un extra poético al final de un disco de extraña belleza, de los que se llegan para quedarse, sin prisa porque no la necesita. Un trabajo lleno de verdad y con un mundo interior apabullante. ∎