Álbum

Ø

SysivaloSähkö, 2025

La tundra, y el yermo posnuclear, terminó siendo un poco inevitablemente el destino de los grandes doctores europeos del minimal techno. Como si la vida los desterrara al frío, o como si ellos mismos desertaran del mundo real para refugiarse en su torre de hielo. Quizá solo Richie Hawtin tomó otro camino, subiendo a su nave de vez en cuando pero bajando también a la hedonista Tierra para morrearse con Sven Väth. Pero a héroes de los noventa del nivel de Mika Vainio (1963-2017), que entonces desarticulaba el esqueleto del techno junto a Ilpo Väisänen como Panasonic –me gusta llamarles Panasonic, porque la única razón de que tuvieran que optar por Pan Sonic fue una demanda perdida contra la compañía tecnológica del mismo nombre–, les pasó un poco lo que a Moritz von Oswald: se recluyeron en un proceso de depuración casi obsesiva, y pasaron de un techno opresivo y casi ancestral que se reducía ya a sus expresiones más arcanas a la tundra helada, arrasada por el humo y la ceniza del dark ambient, de la microtonía y el minimalismo. Un drone susurrando en el vacío.

Precisamente a través del conjunto vacío (Ø) se expresó Vainio durante la mayor parte de su trayectoria en solitario, desde la publicación de “Metri” en 1994 hasta su trágica muerte en 2017. Ahora, varios años después del accidente que le arrebató la vida, Sähkö Recordings edita el que ha terminado siendo su epitafio musical, su canto del cisne: un trabajo en el que el finlandés llevaba trabajando desde 2014, que ya estaba prácticamente terminado en términos de composición y que ya había sido conceptualizado en torno a pequeñas islas sonoras, piezas inusualmente breves para Vainio, y que han rematado póstumamente Rikke Lundgreen –administrador de su legado, y con quien residía en Oslo hasta su fallecimiento– y el diseñador gráfico Tommi Grönlund de acuerdo a sus propias notas, y ha masterizado Rashad Becker –responsable también de la reciente remasterización de “Metri”–. “Sysivalo” no es, sin embargo, una especie de álbum de postales sonoras posapocalípticas, focos de emisión dispersos por todo el páramo, sino más bien un viaje homogéneo y siniestro por todas las inquietudes que en algún momento habían hecho nido en la cabeza de Vainio. Pero tampoco se siente como un trabajo climático o como una culminación, sino como un paso más en pos de la curiosidad por la expresión de su propia idea de minimalismo.

Durante la primera tanda de “estudios”, “Etudes”, Vainio asienta un tono definitivamente siniestro, otra vez esos paisajes de tundra, mientras va introduciendo poco a poco distintas capas de dark ambient: los bajos solemnes y oscurísimos de “Etude 2”, casi un órgano tenebroso; esa “Etude 4” que parece emular las guitarras acuosas y reverberadas de los Cure más siniestros; los drones más intensos y los turbadores sonidos metálicos que recrudecen el trayecto a partir del “Etude 5”... Cada uno de los motivos introducidos se mantiene de algún modo en las composiciones subsiguientes, pero a veces limitado a un eco lejano o completamente enmarañado en un silencio, abrasado por un ruido blanco. Hacia la mitad del disco los sonidos se evaporan aún más, disolviéndose en una niebla fina y volátil que apenas es reconocible en “Katko”, donde es más protagonista una interferencia lejana, o en “Kangastus”, que es en sí misma una sucesión de interferencias.

El segundo LP se abre con la pieza más concreta del conjunto, “T-Bahn”, que introduce por primera vez un bombo y además usa un sintetizador para construir algo parecido a un leitmotiv melódico. Puede ser un vistazo a años pretéritos, discos más musculares, probablemente inspirado en su vivencia de la ciudad de Berlín y en un evidente call back a “S-bahn” y “U-bahn”, piezas cinemáticas contenidas en “Oleva” (2008). En cualquier caso, si hay acción en esta ocasión está como vista a través de un Palantir, seudodibujada y medio borrosa en la superficie convexa de una bola de cristal. Y tras ella, en “Uusikuu” y “Pimennys”, todo queda en ultrarmónicos y silencio, en un embrujo que recuerda a Oren Ambarchi o Rafael Toral. “Aine”, por ejemplo, vuelve a incidir en el bombo, pero lo hace de una forma interesante: cuando suena, después se sucede una caída, como si fuera una pelota de un siniestro material de negrura sólida que cae rotunda contra la moqueta de la escalera y después inicia su descenso peldaños abajo. Y “Dual” funciona como un reverso aún más abstracto: aunque exista algo físico rodeando el trabajo, y aunque recurra a esos mismos tonos graves que sostenían los “Etudes” como intentando espacializar, “Sysivalo” tiende siempre a disolverse en la intermitencia.

Y es duro: cuesta encontrar emoción en él, aunque en su propio título –composición lingüística de “sysi”, “siniestro”, y “valo”, “luz”–, su portada y su contexto se hable siempre de claroscuro. De una luz que al menos convive con la oscuridad, aunque sucumba a ella de vez en cuando. “Anthem”, que parece la escena de créditos de una película de los años cuarenta saltando sola en la televisión de un hotel hundido en la niebla, nos habla de que en el mundo de Vainio cualquier himno solo es posible ya como un eco fantasmagórico y lejano del pasado. Y sin embargo, en “Kohtalo” regresa, ahora más sonora, la misma caja de música que asomaba sombría en “Sylvannus”: después de todo quizá sí queda algo humano, algo emocionante en el vacío de Vainio. Algo con lo que empezar a construir cuando todo quede definitivamente arrasado.

Ese perro ladrando al fondo, en la distancia, apenas perceptible, podría haber sido un excelente cierre para el álbum, agridulce y casi tragicómico, sorprendentemente vivo. Pero el finlandés opta en su lugar por inducir un bucle hegeliano hacia el futuro, otra vez difuso, otra vez amenazador e implacable: al final de la homónima “Sysivalo”, en lo que parece un nuevo déjà vu de los “etudes”, irrumpe un sorprendente sintetizador, y en torno a él se produce la transición a “Ursa” –una de las mejores composiciones de Vainio–, donde todos los temas y protagonistas sonoros del álbum forman una especie de anticoro de máquinas en decadencia. Y sin embargo lo humano consigue sobrevivir, aún en un estertor, en el epicentro: sea intencional o no, es inevitable leer “Loputon”, “eterno”, como un canto de cisne, la despedida de Vainio. Su disolución final en la corriente de un mundo que primero quedará arrasado, pero después, pese a todo, rebrotará. ∎

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