John Zorn, Bill Laswell y Mick Harris formaron en 1991 PainKiller, un trío de saxo-bajo-batería de hardcore-dub, por llamarlo de alguna forma. La aventura duró poco, pero fue intensa, de las más agresivas del temario Zorn; de las más abruptas de la carrera de Laswell, y bastante en sintonía con lo que Harris había hecho con Napalm Death en el grindcore y lo que hacía entonces con Scorn. Publicaron cuatro discos: “Guts Of A Virgin” (1991), “Buried Secrets” (1992) –los dos a 45 rpm–, “Rituals. Live In Japan” (1993) y “Execution Ground” (1994), este doble, con las versiones duras y ambient de los mismos temas. La sensación es que los tres habían exprimido en esta etapa todas las combinaciones posibles entre dark dub y dark ambient, experimental, rock, hardcore, metal, noise, industrial y free jazz, con una serie de temas, de extensión corta, como ráfagas, o de más de una hora de duración, en los que aludían a almas torturadas, agujeros negros, cuerpos despellejados, entrañas de vírgenes, visiones ponzoñosas, purgatorios de vulvas ardientes, posesiones demoníacas, abscesos purulentos, bilis tántrica y profecías del caos. Conviene recordar que entonces una de las referencias exploratorias que tenía el saxofonista era precisamente la escena hardcore en general y el sonido del blast beat desarrollado por Harris en particular. Zorn y Laswell, buenos amigos desde finales de los setenta, han seguido haciendo cosas juntos, mientras que Harris se perfiló en solitario trabajando con el ambient y la electrónica.
La aventura duró poco, decía, apenas cuatro años con Harris, y al principio tuvo su receptáculo natural en un sello británico dedicado al heavy metal y derivados, Earache Records, ya que ni las discográficas independientes más avezadas en la música de Zorn se atrevieron a publicarlos, entre otras cosas por las fotografías de portadas e interiores de sus discos, muestras de torturas, bondage extremo, gente ahorcada en árboles, osarios y cuerpos humanos diseccionados (la foto de la cubierta de “Guts Of A Virgin” fue censurada y recortada en el Reino Unido y no pudo verse completa hasta la reedición en CD de 1998). Pero en realidad PainKiller no han dejado de existir, simplemente se han vuelto a asociar en momentos puntuales. Ya en Tzadik apareció en 1998 “Collected Works”, recopilatorio con suculentos añadidos. Llegaría después, en 2002, “Talisman. Live In Nagoya”, un concierto registrado en noviembre de 1994 en Japón, en los últimos tiempos con Harris. Luego el volumen número doce de la serie “50th Birthday” –colección de lives organizados en 2003 para celebrar los cincuenta años de Zorn–, “50¹²” (2005), que es en esencia la primera reencarnación de la banda, con Hamid Drake sustituyendo a Harris y con colaboración vocal de Mike Patton. Después “The Prophecy” (2013), otro disco en directo, registrado en actuaciones europeas de 2004 y 2005, con Yoshida Tatsuya (Ruins) a la batería. Y ahora “Samsara”, con Harris de vuelta al redil y la sensación de que no es para nada un regreso acomodaticio, ya que el trío suena como antes pero con todo el bagaje acumulado durante estas más de tres décadas en las que no han tocado juntos. De hecho, los tres no han coincidido en la grabación del disco: el saxo y el bajo se registraron en el estudio de Laswell en Nueva Jersey y Harris hizo lo propio en su estudio de Birmingham.
La única diferencia en este retorno del trío original reside en que Harris ya ha arrinconado la batería tradicional y teje el denso y sucio trasfondo con beats mucho más electrónicos, lo que le otorga al sonido del terceto una fisicidad distinta pero igual de orgánica y aún más metálica que antaño. Zorn desparrama como siempre las notas de su saxo alto, mucho más violento en líneas generales que en Masada, por supuesto, o que en Naked City, de los que PainKiller fueron una banda paralela con la que coexistió en la discografía del saxofonista. Por momentos el saxo emprende melodías algo más líricas, como en la segunda de las ocho partes del disco, pero Harris las dinamita con sus descargas suicidas de beats virulentos mientras Laswell, implacable como casi siempre con las cuatro cuerdas, ofrece algo parecido a un sostén rítmico, denso e inquebrantable, que acaba por organizarlo todo con distintos matices. Hay momentos de pura infección, música de las tinieblas purgada de toda melodía, hiriente, incómoda y de un insano hipnotismo –el sexto tema, por ejemplo–, ideal para el cine más beligerante de Michael Haneke, que ya utilizó dos temas de Naked City en las dos versiones de “Funny Games” (1997 y 2007).
Y todo ello teniendo en cuenta que “Samsara” es el nombre por el que, en las distintas filosofías y religiones de la India, se conoce el ciclo del nacimiento, vida, muerte y renacimiento. PainKiller ha combinado en el diseño de cubiertas y contraportadas de todos sus discos los dos conceptos, el caos occidental (las fotos citadas de torturas o sadomasoquismo) y el hinduismo, budismo y otras religiones orientales (las pinturas de colores tibetanas sobre los ciclos de la vida aparecen de fondo de esas imágenes del caos en blanco y negro). En “Samsara” estos dibujos tan geométricos se aprecian en el trasfondo a la calavera humana que ilustra la cubierta. En la contraportada puede verse la foto de un par de zapatos rojos tirados en un jardín, como una referencia a un universo intermedio, el de “El mago de Oz”, representado por los zapatos rojos de Dorothy. De todos modos, es imposible que haya paz después de la escucha de este disco ni de ninguno de los anteriores del grupo. Algo del jazz místico de John Coltrane, con todo, puede rastrearse en los pasajes iniciales de la séptima parte, pero dura solo eso, un momento de sosiego que, lo sabemos, precede al vértigo y al abismo. ∎