Seguramente, si nos ponemos a pensar en reediciones, pocas más oportunas que la aquí presente: estamos ante uno de los picos creativos de Paul McCartney. Uno que siempre estuvo a la sombra de los logros en solitario de Lennon e incluso Harrison. En este sentido, esta reedición cumple varias necesidades, sobre todo la de mostrar a un Macca imbuido de las posibilidades del estudio de grabación, junto al genial ingeniero de sonido Geoff Emerick: quien fuera clave en lograr el sonido de “Revolver” (1966) es uno más del grupo en semejante bacanal de heterodoxia pop.
Por ejemplo, en temas como “Band On The Run” aflora la típica atmósfera soft rock de los primeros setenta, pero también el deje blues-rock e incluso una explosión de producción spectoriana antes del arranque más conocido de la canción, una pieza pop de cinco quilates de textura acústica y detalles psicodélicos de fondo. Todo esto en un mismo tema. O sea, una de esas matrioskas pop que tanto influyeron a The Boo Radleys en “Giant Steps” (1993) y “C’Mon Kids” (1996).
El rastro spectoriano que tanto detestaba McCartney surge con más fuerza en “Jet”, otro de los temas más anclados en la memoria colectiva de este álbum.
“Band On The Run”, publicado en noviembre de 1973 –y con su icónica portada de celebrities, Christopher Lee y James Coburn entre ellos–, arranca con estas dos demostraciones, las cuales denotan un hecho incuestionable: en aquel momento, McCartney (con Linda McCartney y Denny Laine como escuderos de Wings) no estaba intentando buscar una seña identificativa, más allá de su propia impronta. Lo que a él le interesaba era jugar con estilos, tonos y emociones como solo lo puede hacer quien ya ha sido parte clave en media docena de LPs básicos en la historia del pop al frente de The Beatles. Dicha sensación también queda de manifiesto en la saudade de salón forjada en la deliciosa “Bluebird”.
Todo el álbum está engarzado como si se tratara de un mural de los impulsos creativos de McCartney. En el mismo, florecen algunas de sus gemas más brillantes pos-Beatles. Tal es el caso de “Let Me Roll It” o “Mamunia”. En esta última, el de Liverpool muestra su habilidad para absorber estilos ajenos al pop, como el exotismo tiki, para incluirlos en su cuaderno de bitácora.
Por su parte, “No Words” es una filigrana de lo que significa jugar con los significantes del barroquismo pop. Lo mismo se podría decir de los tan queridos tonos afrancesados de los que echa mano en otra canción-medusa, la sublime “Picasso’s Last Words”. También caben explosiones de folk tabernario, reprises de “Jet” y “Mrs. Vandebilt”, pop de alta costura y todo detalle que orbite alrededor de la antena parabólica de un Macca que, tal como demuestra en este trabajo, andaba más que sobrado de ambiciones; incluso en “Ninety Hundred And Eighty Five” se atreve a imaginar un espacio soñado donde los Beatles más oníricos tocan canciones de Stevie Wonder.
El festín es total, no hay límites en un trabajo que, para la reedición de 50º aniversario, cuenta con nueve versiones más desnudas de los temas que conforman el LP extraídas de las mezclas que Geoff Emerick preparó antes de que Tony Visconti rebozara el LP de oropel orquestal.
En estas tomas primigenias somos testigos de algunos de los episodios resultantes del laboratorio mágico desplegado para la ocasión, aunque realmente no ofrecen grandes diferencias con respecto a las originales, salvo por la ausencia de detalles, que, precisamente, son los que realzan la grandeza de este álbum. Eso sí, resultan tremendamente interesantes por poder disfrutar de más oxígeno en unas grabaciones que también transpiran nervio gracias a la mayor presencia del bajo y la batería ejecutados por Macca.
En definitiva, una excusa ideal para redescubrir un clásico que, visto lo visto, necesita ser reivindicado por todo lo alto. ∎