El alambre es fino, tanto como profundo el precipicio. Ahí están, no lo olvidemos, cataclismos recientes como los de Califato ¾, que parecían que sí pero luego resulta que no. ¿Y Pirámide? Pues parece que sí y resulta que también. Como si el Thom Yorke de “The Eraser” (2006) se hubiese despertado en la peña flamenca de Los Palacios. Como una Semana Santa con Caribou y Hot Chip a los mandos. ¿Arriesgado? Bastante. El campo y el laboratorio. La vendimia y las matemáticas. “La tradición también evoluciona, y lo hace incorporándola en los procesos y estilos más novedosos”, defendían hace unos días Pirámide en una de las entrevistas promocionales de “Campo modular”, su primer álbum.
Dicho y hecho, el colectivo sevillano, un trío que opera desde Los Palacios y Villafranca, mezcla y agita palos flamencos, beats afiladísimos, timbales y cornetas, y trap desfigurado. Un viaje de lo local a lo universal, de la huerta sevillana a la galaxia electrónica, que empezó a cobrar forma en el reivindicativo EP “El canal de los presos” (2021) y que desemboca ahora en un disco hecho de tradiciones y claustrofobias, de canciones que se asoman a los abismos del cante haciendo pie en tótems de la renovación como “Omega” (1996) y “La leyenda del espacio” (2007). Vienen del rock y se nota. Ahí está el tratamiento de choque de “Carita”, los temblores industriales de “Rebabas” y ese rapto rave que cierra el disco encajando un pregón en la cacharerría electrónica de “El pastillero”.
El mismo palo flamenco, un pregón de la uva de Los Palacios, abre el disco entre guiños a Manolo Caracol y con “El uvero” como declaración de intenciones. Texturas abrasivas, samples espectrales y colchones rítmicos angulosos y resbaladizos. Por delante, casi cuarenta minutos de diálogos intergeneracionales; de idas a La Bernarda de Utrera y venidas de Orbital. De vibrantes arrebatos como esa “María de las Mercedes” saturada de fiscornos y aparatosas colisiones entre Los Planetas y C. Tangana (“El día que yo me muera”). Coplas antiguas vestidas de estreno y “Pintor de loza” arrastrando el duende por el descampado para montar una rave de altura.
“La culpita”, la más Radiohead del lote (ahí está el aliento de “Idioteque” marcando el camino a seguir), es también la que mejor resume lo que parece querer conseguir el trío sevillano: electrónica mutante y bailable con las raíces bien plantadas en su tradición y unas antenas capaces de sintonizar las emisiones de Four Tet y Kraftwerk. Transportar la cultura que los rodea mediante la música que les gusta, lo llaman. De momento, mal no les ha salido. ∎