“Dry” (1992) fue un debut tan extraordinario que, horror, dejaba colgada la razonable sombra de la duda sobre una continuación que estuviera a la misma altura. Pero yo nunca hipotequé la valía de Polly Harvey. Jamás pensé que su deseado/temido reencuentro discográfico devaluara la fuerte impresión que me había producido el primero. Y es que es muy difícil, casi imposible, sustraerse a la atracción animal que despierta en mí esa voz quejumbrosa y profunda, pervertida e ingenua, escoltada sin piedad por la descarnada pulsación de una guitarra excesivamente dolorosa, demasiado humana.
“Rid Of Me” comienza entre gritos y susurros, entre calma y tempestad, entre sueño y pesadilla, marcando el trayecto por donde discurrirá todo el álbum. Porque los discos de
PJ Harvey caminan, se mueven, se transforman, son una autobiografía sin páginas en blanco que se desvela frente al oyente en forma de canciones tan reales que turban y escuecen. No importa que los textos se escapen y huyan, se escondan, porque queda la tos, la respiración, el tono, el clima, el navajazo, los argumentos sin palabras del mejor rock de toda la vida.
La colaboración del trío con Steve Albini ha sabido capturar el sonido perfecto, crudo, físico, cercano, justo, sin adornos, y transmitir toda la temperatura volcánica de los nuevos temas (definitivo
cover del
“Highway ’61 Revisited” de Dylan incluido).
La exuberante creatividad de PJ Harvey no admite ningún tipo de ataduras ni medias tintas y “Líbrate de mí” le proporciona un nuevo espacio para que emerja en toda su grandeza el paisaje desolado, tenso y atormentado de un talento tan gratificante como perturbador. ∎