Álbum

R.E.M.

Automatic For The PeopleWarner Bros., 1992

Esta obra de R.E.M. está considerada la mejor de su carrera. Un trabajo que parecía una búsqueda interior que los alejase del éxito mundial que supuso su anterior “Out Of Time” (1991) y que, curiosamente, ha quedado para la posteridad como “el álbum de R.E.M.” por excelencia. Esta es la crítica que escribió David S. Mordoh (publicada días antes de la edición del disco), dentro del artículo de portada sobre R.E.M., en el Rockdelux 90. “Automatic For The People” fue escogido el mejor de 1992 en el resumen del año publicado en el Rockdelux 93.

El cebo puesto en el anzuelo de retorno consiste en una nueva rodaja de R.E.M. La conclusión tras una sola escucha es que se trata de un disco lento y triste. No más triste en el fondo que el nivel habitual de R.E.M., aunque sí en la forma. Ningún tema contiene la electricidad suficiente para describirlo como rock y apenas dos alcanzan la viveza rítmica (???) de “Losing My Religion”. De cualquier modo, la intensidad –una intensidad diferente, propulsada más por piano y orquesta que por decibelios guitarreros– subyace, con un Stipe pletórico –su voz ruge estremecida y estremecedora– explayándose en narraciones que se acercan al espíritu turbador de American Music Club. ¿Necesita el mercado un “California”, un “Berlin” o un “Nebraska” apto para todos los públicos?

“Automatic For The People”, título del octavo trabajo y lema de un restaurador amiguete de Athens, se grabó bajo los efectos del éxito anterior. La inyección de dinero se percibe en la variedad de estudios utilizados: Nueva Orleans, Miami, Atlanta, Woodstock, Seattle, un verdadero periplo –compaginar turismo y trabajo en los lugares de moda agudiza la inspiración– acompañados por Scott Litt. La única novedad apreciable es la presencia de John Paul Jones –sí, exacto, el de Led Zeppelin– para los arreglos de cuerda. El inicio acústico de “Drive” –no “Driver”–, reposado aunque inquietante, deja paso a una guitarra dolorida reforzada con orquesta. Le sigue “Try Not To Breathe”, uno de los numerosos medios tiempos armónicos del álbum. Intento no respirar, la decisión es mía”. “The Sidewinder Sleeps Tonight” es, junto a “Man On The Moon” –hermosas guitarras surf–, la opción a extraer en sencillo, mientras que “Everybody Hurts” se desarrolla como un corte lento clásico. “Todos herimos alguna vez”. Estamos ante el único momento bajo de la grabación con el “New Orleans Instrumental No. 1”, de interés relativo, sucedido por una solemne interpretación marcada por la acústica y el órgano –no falta el break de guitarra chirriante– llamada “Sweetness Follows”.

Abre la segunda cara el penetrante “Monty Got A Raw Deal”. “Ignoreland” brota como un rock inocuo que paulatinamente va cuajando: es el tema de construcción más sólida. “Star Me Kitten”, lento, sinuoso, contiene arpegios de fondo suavísimos tipo la banda sonora de Stanley Myers para “El cazador” (Michael Cimino, 1978) mientras “Nightswimming” se fragua sobre un piano arropado por sección de cuerda, con la voz de Stipe emocionada. “La natación nocturna merece una noche tranquila”. Y finalmente “Find The River”, que, pese a cierto aire de fórmulas californianas de los setenta con su guitarra acústica y órgano, pone el punto final adecuado. Stipe canta en fase terminal, a la deriva, como si no le quedase otra esperanza que la de encontrar un río donde limpiar su cuerpo y reposar el alma.

A mí me queda la sensación de avance en la resolución del enigma que rodea a esta banda singular, pero también el regusto agridulce de no resolverlo definitivamente. El misterio de unos textos solo en parte descifrables, su misma ambigüedad, las portadas poco elocuentes –bien paridas, sin duda– y las proclamas socioecologicopolíticas. De lo que sí estoy seguro es de la calidad poética de Michael Stipe. Toca la cosa sensible. Pese a que a veces tu inglés no llegue para pillarlo todo, y otras, lo que dice no tiene coherencia en primera instancia, presientes que es importante, que tiene visión. Una canción de R.E.M. puede dejarme lleno o vacío, nunca impasible. ∎

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