El principio de “SUPERNOVA” significa muchas cosas. Pero, quizá por encima de todo, lo que significa es que Ralphie Choo tiene clarísimo lo que hace, tiene clarísimo el plan. Sabe que va a funcionar y no quiere perder un minuto de narrativa: no te despistes ni un momento porque aquí empieza su historia, y él ya ha empezado a contarla. Por eso su debut –el primero que sale de la factoría rusia-idk porque Casado, precoz por naturaleza, estaba obsesionado con tener un disco– arranca en un simulador, metido en la piel del “Jonathan Livingston Seagull” de Richard Bach (1970). Viviendo el arranque de su propia fábula entre flautas oníricas, cuerdas, titilantes metales. Aprendiendo a alzar el vuelo como “JUAN SALVADOR GAVIOTA”. Dominado el arte de surcar el cielo, mientras la banda sonora del cuento rompe smooth para regocijo de Dano –casi escuchas sus “oh”, “hey”, “damn”–, comenzamos a verlo todo desde los ojos de Ralphie, a vista de pájaro. Pero alguien abre la puerta del simulador sin previo aviso y lo que escuchas ya no es el trip, ya no es Matrix, sino el jaleo del club –sí, un club donde hay simuladores, estamos en 2050. ¿O todavía no ha quedado claro?–, blasting hip hop out of the speakers. Te vuelves a poner las gafas de realidad virtual y retomas la fábula donde la dejaste, mientras en tu cabeza van pasando los créditos: en apenas dos minutos ha recorrido casi todas sus inquietudes creativas. Y entonces entra el oriental riff y en torno a él se enrosca siniestro el leitmotiv arpegiado de la saga “Final Fantasy”. “Pulsa cualquier botón”, reza temblorosa la pantalla.
Todo lo que escuchas después, en los próximos poco más de treinta minutos, parece condensar toda una eternidad en un segundo. Pasa como un vendaval, un torrente de ideas, una avalancha de conceptos que adquieren una extraña tangibilidad, que duran lo suficiente –pese a durar, muchas veces, un segundo– como para generar una imagen en tu cabeza. Es una fantasía, un cuento, un viaje que uno no puede garantizar que haya sido real, un sueño en el que volar es una obviedad y en el que la magia fluye y se siente, vibra cálida en la yema de los dedos. Todo es posible en el mundo de Ralphie Choo. Pero es un mundo que se estructura en torno a las contradicciones: lo inteligible contra lo inininteligible, la concesión contra el experimento, la belleza contra la fealdad, el orden contra el caos. Su propia narrativa es fruto de muchas de esas contradicciones, algunas de ellas evidentemente audibles en forma de cambios de velocidad –del acelerado del principio de “GATA” al ralentizado del final de “MÁQUINA CULONA”– o a través de la fragmentación de “NHF”, por ejemplo, que empieza siendo una balada ambient –en plan abstracción celestial– para terminar convertida en una bulería trap que rompe en un breakbeat.
“SUPERNOVA” empezó en una casa familiar de un pueblo de Aranda de Duero, mano a mano con DRUMMIE –escudero de Ralphie desde el principio y productor principal del proyecto y de su álbum de debut–, y todavía se respiran en su versión final los ecos de aquellas sesiones en las que, en un entorno totalmente rural, samplearon todo tipo de artefactos caseros y llegaron a usar la reverb de un corral. Es evidente en “BULERÍAS DE UN CABALLO MALO” o en “TANGOS DE UNA MOTO TRUCADA”, pero también lo es en las múltiples abstracciones fabulísticas que recorren el disco de principio a fin. Son temas complicados que optan siempre por deconstruirse a sí mismos y con los que es difícil alcanzar una cierta unidad. Por eso hay otros que parecen salirse de la fantasía y realizarse en un entorno más físico, más mundano: “WHIPCREAM”, en la que Ralphie se echa con los Paris Texas –y con C. Tangana en modo virtual– unas partiditas al “Sekiro”; “GATA” o “SUPERNOVA”, que se acercan a su manera –local, rural, ciberecléctica– a los universos de Bad Bunny y Drake; “MÁQUINA CULONA”… El tema con Mura Masa comparte, sin embargo, con “BULERÍAS DE UN CABALLO MALO” esa visión de patchwork musical con la que está enfrentado todo el álbum. Va más allá del collage: una infinidad de elementos parecen colisionar sin ningún sentido y dan forma a una especie de red sobre la que descansan las canciones, como los elefantes de “Dumbo” balanceándose en la tela de una araña.
La misma divertídisima locura que está detrás de estos temas encuentra su contrapunto en un conjunto de sencillos que abrazan el pop sin complejos y que se entregan sin miedo a la melodía, aunque esté enfrentado todo de esa forma tan highpitcheada suya, tan característica. “VOYCONTODO”, por ejemplo, quizá su mejor canción, la joya pop del disco y aquella en la que la lírica reclama más peso, más allá de ese enfermizo trabajo de texturas que es su verdadero protagonista. O “TANGOS DE UNA MOTO TRUCADA”, que invoca a la Rosalía más malrollera –la mejor Rosalía, la del final de “Vampiros”, la de “Diablo”, la de “De aquí no sales”–. Su influencia es notable también en la preciosa “BESO BRUMA”, otra de las joyas ocultas, una maravilla de melodías hipnóticas, palmas, golpes en la mesa y beats distorsionados. Y en ese abrazo del pop, de lo accesible, encuentra “SUPERNOVA” su última gran contradicción, la de la épica.
“TOTAL90NOSTALGIA” tiene un punto Radiohead, pero se va luego a una forma muy minimalista e introspectiva de adaptar el maximalismo épico de Kanye West. Ante la duda, y después de juegos varios en esa línea junto a su crew –estoy pensando en “ROOKIES”, que ahora pone banda sonora al otoño en El Corte Inglés en otro WTF de esta carrera incomprensiblemente fascinante, o en “VALENTINO”–, Ralphie prefiere siempre optar por recogerse, por hacerse un ovillo y dejar que su imaginación verborreica hable por él, le represente. Es lo que sucede en el bonito –a la par que siniestro– interludio a piano “BÓ”, donde masculla como un bebé hiperpitcheado cosas que me imagino suenan del tipo “leo pentagrama pero no lo escribo”, pero que realmente son ininteligibles. En “WCID?”, con mori –y mención a Nick Cave–, coquetea con dropear el beat de “Pyramids” (Frank Ocean), notas incluso cómo sube en la mezcla, pero finalmente lo mantiene siempre a un lado y escoge rebajar la intensidad y llevárselo todo, de nuevo, al terreno de los sueños. Tan solo al final, cuando estás sumergido en su trampa onírica, el tema se abre por fin al plenairismo pop para romperse segundos después en mil pedazos con un jaleo electrónico que recuerda a James Blake. Así, como una explosión de colores que todavía no conoces, es “SUPERNOVA”. Y esta supernova ya no hay quien la pare, joder. ∎