Ramper hacen post-rock en la era del post-humor y la academización de lo históricamente secundario. A su alrededor, la escena participa de una parodia constante y de colocar el meme en el centro del campus. Se respira feísmo, portadas en baja calidad, sonido maquetero a propósito, referencias a cualquier nueva muletilla viral que como llega se habrá ido. La música ha decidido no tomarse en serio nunca más, pero Ramper están al otro lado de la red. La canción más corta de
“Solo postres” dura cuatro minutos y medio (la media rondaría los nueve): no vamos a detenernos demasiado en su apuesta contracultural por la obviedad.
El nuevo LP de Ramper es presuntuoso, que no pretencioso. El cuarteto de Granada no pretende generar una pomposidad gravísima en su trabajo, ni tampoco elevarlo a una categoría tradicionalmente superior. Sin pretenderlo, sin embargo, lo consiguen, y es por ello que tienen la fórmula que otros pasan años buscando: un álbum que rezuma intensidad, pero nada de bochorno. Es particularmente difícil (y por ello estamos en un período repleto de música liviana) ser emocional y formalmente grandilocuente sin dar algo de
cringe por el camino, pero la banda, en su brevísima trayectoria, ya ha encontrado el equilibrio.
Los granaínos mentan a Xiu Xiu o a Black Country, New Road más que a Explosions In The Sky o Goodsped You! Black Emperor, pero su trabajo es demasiado oscuro para ser más
art que
post. A la vez, y sin participar de la oleada que moderniza el folclore, suena muy andaluz.
“Un miembro fantasma” abre el disco con un desarrollo extenso en el que, poco a poco, se abre camino un paso de Semana Santa denso y lúgubre, como si de él emanase el olor de una Granada medieval plagada de gremios. Álvaro Romero canta para rendir culto a una luz que nace del cielo, o eso dice, y su misticismo se asocia más a la culpa que a lo pagano.
“Rezo por tu bien”, prosigue la letra en
“Día estrellado”, y se nota que, pese a beber del género nombrado por Simon Reynolds, el cuarteto se ha criado en una localidad cristiana por tradición. También mencionan las luces de feria en
“Reina de farolas”, que parte de una síntesis muy comedida para crecer hacia un clímax más distorsionado (estructuralmente muy similar a
“Solo postres”, que da título al trabajo). Poco a poco, generan un elenco de sonidos que confiere al álbum un carácter cinematográfico, y resulta certero que en la plataforma de
streaming por excelencia la popularidad de sus canciones siga el orden del
tracklist.
Si en un punto se aproxima Ramper a lo noventero más que a lo andalucista es en el uso de instrumentos orgánicos para usos que no son los habituales. Es más textural que matemático y, si hay que elegir, el timbre es más importante que el acorde: en una composición de diez minutos no tienen tanta relevancia lo enteras o audibles que sean sus secciones, sino la paisajística del resultado final. Es por ello que “Solo postres” se configura sobre una superposición de capas que van dejando lo analógico en favor de lo digital una vez ha pasado el ecuador del trabajo.
Sobre a qué se adscribe “Solo postres”, resulta necesario nombrarlo por sus cualidades diferenciales con respecto a un rock alternativo de un carácter comercial en alza. Dice Ugo Fellone, el más ilustre investigador del post-rock en nuestro país, que
“siempre persistirán las tensiones entre el término y las prácticas a las que se refiere”. Ramper tensionan con su categorización, pero tensionan más con el sonido de la escena en la que orbita. En algún momento habrá que aflojar la cuerda porque, partiendo de lo abstracto que resulta definir un sonido, hay que ponerle un nombre para poder hablar de él. Y desde aquí esperamos que todo el mundo quiera hablar de Ramper. ∎