Álbum

Robert Finley

Sharecropper’s SonConcord-Universal, 2021

Sin artificios retóricos, mendacidad ni jactancia. Sin territorios ficticios ni cambios de vestido baratos para adoptar nuevas identidades. El tercer disco que publica en sus 67 años de vida el estadounidense Robert Finley, los cumplió en febrero, proclamado por su padrino y productor Dan Auberbach (The Black Keys) “the greatest living soul singer” (una exageración publicitaria como cualquier otra: Al Green y Eddie Floyd, sin ir más lejos, siguen vivos), es un regalo para quien guste de la crudeza y lo primario. Y de la verdad, pues la rezuma. Robert gruñe, ronronea o tira de falsete, a veces todo dentro de la misma canción. Otras, incluso en la misma frase. Y reverbera profundo siempre. Porque suena a alguien realmente buscando un sitio o alguien que le dé cobijo, a alguien que las ha pasado canutas y no por ello se ha cansado de la vida ni ha sucumbido al desencanto. Porque suena también a alguien sin miedo por dirigirse hacia su pasado y encararlo, aunque luzca uno de esos currículos que solo te atraen si no te ha tocado lucirlo a ti: familia pobre de ocho hermanos, recolector de algodón, divorcio, casa incendiada, ceguera por glaucoma y jubilación forzosa como carpintero, para acabar como músico callejero en Helena (Arizona) en 2015 (aunque a partir de ahí la cosa mejoró y a buena velocidad: en 2016 salió su primer disco, “Age Don’t Mean A Thing”; llamó la atención de Auerbach, que le produjo en 2017 el segundo, “Goin’ Platinum!”; en 2019 concursó en “America’s Got Talent” y llegó a la semifinal...).

En este muy autobiográfico “Sharecropper’s Son” se escucha blues pantanoso, soul sureño y góspel, cada uno por su lado o todos juntos y revueltos, crujiendo como cables cruzados. El disco se grabó en directo en el estudio y todo él sabe a jamón bien curado. A un guantazo vintage bien dado. Además de Auerbach (guitarra y producción), Finley está respaldado por una all star band donde encontramos, entre otros, a Kenny Brown (veterano que compartió batallas desde su slide guitar con R.L. Burnisde), al bajista Dave Roe (que hizo lo mismo con Johnny Cash) o a una leyenda de la batería como Gene Chrisman (es él quien la toca en hits de Elvis Presley como “In The Ghetto”, “Kentucky Rain” o “Suspicious Minds”). Ese es el nivel y el pedigrí. “Una de las cosas que amo de la música es que, cuando era un crío creciendo en el sur, nadie quería escuchar lo que tenía que decirles o lo que pensaba de cualquier cosa. Pero al empezar a transformar todo eso en canciones, la gente me escuchó”. Pues eso: si te van las emociones honestas, dale. ∎

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