Álbum

Rocío Márquez

Himno verticalDelirioyromero Producciones, 2025

Con el título de “Himno vertical” Rocío Márquez ha querido hacer un guiño a “Poesía vertical”, el poemario conceptual de Roberto Juarroz publicado entre 1958 y 1997. Bajo la influencia del simbolismo y de filósofos como Martin Heidegger, la obra de este importante escritor argentino indagaba en el fundamento último de la realidad. Concebía “vertical” como sinónimo de una actitud fundada en la solidez: “Vivir las propias visiones con radical consistencia, sin cálculos ni temores, prolongando la vida interior hasta que adentro y afuera no se diferencien, en una contemplación casi religiosa de la dinámica profunda de las formas. También concebía el poema como una explosión de ser por debajo del lenguaje. Lo cuenta el mismo Juarroz en una de sus introducciones a su “Poesía vertical”. A nuestra cantaora más experimental y erudita –es doctora cum laude en técnicas vocales por la Universidad de Sevilla, así como docente de máster– también le gusta desafiar los palos de la ortodoxia, incluidos los del flamenco.

Tras “Firmamento” (2017) al completo, Raül –Fernández Miró– Refree produjo la segunda parte de “El Niño” (2014), el homenaje de la andaluza a Pepe Marchena. En “Omnia vincit amor” (2020) fue el guitarrista clásico Enrike Solinís y su Euskal Barrokensemble quienes dieron forma a la versión más barroca de la onubense. Después, fue Bronquio, es decir, Santiago Gonzalo Dopico, quien migró sus sonidos contemporáneos al paraíso vanguardista de “Tercer cielo” (2022). Y, ahora, el jienense Pedro Rojas Ogáyar, titular de proyectos como Momento Cumbre o Furia Molar, también conocido como Pedro de la Mugre, es quien dedica sus guitarras con gran inventiva y sensibilidad a la nueva inquietud estética de la cantante de los ojos azules; ambos coescriben la música de todas las piezas de “Himno vertical”, adjetivo que conecta una vez más con cielo y firmamento.

Dotado de un velo de motivos dispuestos a ser escuchados y desentrañados si así se prefiere, o sencillamente sentidos a flor de piel, porque esto también es posible, el nuevo álbum de Rocío Márquez es un trabajo complejo y lleno de atrevimiento. Los juegos vocales vuelven a estar muy presentes en este “Himno vertical” desde el primer corte, la desasosegante “Dictado 1 - obertura”, donde nos podemos acordar del house creativo de Mathew Herbert: Me llegan voces que son de adentro. Runrunes emocionales y pensamientos enmarañados, entre el quejío y el manierismo, que la intérprete se propone ordenar investigando su sentido. Porque la palabra –junto a la guitarra clásica y eléctrica– es el recurso primordial de este trabajo. Hay veces que pienso que hay alguien dentro de mí, declara Márquez en la segunda pieza-enlace del álbum, la abrasadora “Dictado 2 - interludio”. El juicio de que la artista es el mero canal de una voz superior sobrevuela “Himno vertical”. La deconstructiva “Palabra - canción” reza así: Le pido a Dios llorando que me encuentre la palabra y a mí me la vaya dando. Catálisis creativa que finaliza en “Dictado 3 - finale” con la sentencia más liberadora de todas: No importa ni siquiera que lo comprenda yo.

En efecto, a menudo nos empeñamos vanamente en buscar significados. Márquez, que no hace ascos a las abstracciones puras en sus canciones, lo explica en la referida “Dictado 3”: No importa que el dictao no sea significao con un significante, ni que no esté firmao ni lo compenda nadie. Evidentemente, no es tan necesario encontrar “un” significado como “tu” significado. “Himno vertical” es capaz de captar momentos sutiles, como teselas de un mosaico incompleto –las piezas proceden de una serie de improvisaciones de hasta 30 minutos–, once canciones más místicas que litúrgicas encapsuladas en un tiempo transido de dolor “terrenal” –la pérdida de los seres queridos–, entre la gloria –volvemos a captar entre líneas la semántica judeo-cristiana de “tercer cielo”– y el barro, la melodía y el ruido, todo creación. Otra pretensión de Márquez es no situar su cante en el centro de la ecuación, algo que consigue solo parcialmente: centrarte en los matices de su voz no es un milagro menor en el contexto de este álbum.

“Ausencia - malagueña” es una bonita malagueña moldeada a base de melancolía, andalucismos y otros radicales libres: “Hay papito mío, que me he perdío y se me han roto las alpargatas, y me he clavao un cristal. Punteos guitarrísticos que parecen descender como cencellada refrescante reaparecen en la delicada guajira de “Vuelo - guajira”, donde el señor Rojas forja la melodía con ingrávidas impresiones seudocountry. “Aire - tangos” o “Sombra - soleá” contribuyen a la idea de “Himno vertical” como réquiem flamenco en contraste con temas más energizantes como “Apariencia - fandango” y “Arde - seguriya” –flamígera y sabia–: “Las penas que antes me afligían serán elección. Todas estas piezas “retromodernas” tienen la propiedad de conservar la naturalidad que le viene de cuna al género, la del arte como consuelo, y suponen la vuelta de Márquez a los dominios de la guitarra ligada a las percusiones minimalistas de Agustín Diassera, la belleza del chelo de Isadora O’Ryan, la producción cristalina de Jordi Gil y las letras de Márquez, cuidadas por la escritora Carmen Camacho, con la presencia críptica de Shakespeare, Schiller y Juan de la Encina en los rincones más ocultos del álbum. Alguien escribe en su presentación: “Todo está impregnado de lo eterno; en este ritual no hay jerarquías, no hay dictados que determinen quién participa y quién queda fuera; todos los seres, en su singularidad, aportan su esencia y luego se desvanecen, siendo uno con el todo. Esperamos que la cantaora de Huelva, factor artístico insustituible en estas temerarias ecuaciones, tarde siglos en desvanecerse y siga autoeditando, si así fuese necesario, giraldas musicales de equivalente altura espiritual. ∎

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