Ryder vuelve a la carga y lo hace a toda velocidad. La publicación de su primer álbum,
“Follymoon” (2022), fue hace tan solo un año, y apenas han transcurrido nueve meses desde el
inolvidable tour-performance que paseó por España como telonero de Dean Wareham. Atrás quedan también las angustias de su aireado divorcio, pero ahora se enfrenta a un nuevo reto existencial: la ambivalente belleza de Eloïse Labarbe-Lafon, alias Bambivader, autora de las fotografías coloreadas que adornan
“Megachurch”, su segundo disco largo. Pero no es el amor en sí mismo lo que ocupa la mente de Adrien Cassignol, sino uno de sus ingredientes más importantes: la fe.
Fe en el amor verdadero, rota en dos mil pedazos, que Ryder trata de reconstruir, quizá sin demasiado empeño, no sin la culpa más ardiente.
“Megachurch”, la primera canción del álbum, se expresa así. Vamos, que el cuerpo no aguanta, aunque trate de arreglarlo al final del disco con la candidez perturbadora de
“Chastity Is The New Cool”, canción que encajaría perfectamente en el repertorio de Serge Gainsbourg, coros femeninos –los de Bambi– incluidos. Pero quién le cree. Schopenhauer habló mucho sobre el asunto, no sé si le habrá leído. El caso es que su nueva fijación goza de un protagonismo absoluto, expresado en canciones como
“Bambi” y
“Eloïse”.
Otra de las obsesiones de este trotamundos occitano es Leonard Cohen. Cassignol es un buen guitarrista, pero enfatiza los teclados y se confiesa fan de la era “synth” del canadiense. Grabó el disco en una casete de cuatro pistas durante su estancia posgira europea en Kamaritsa. Población griega situada en la isla egea de Eubea –antigua Negroponte– a la que llegó conduciendo un viejo Volvo sin aire acondicionado. No tan glamurosa como Hydra, pero casi. Tampoco usa el mismo Casio, sí un órgano de iglesia, concretamente, un Yamaha Electone HS-4. Su sonido intenso y sostenido insufla un denso timbre minimalista a “Megachurch”, en contraste con las metáforas sexuales a las que
Ryder The Eagle nos tiene acostumbrados.
Independencia, austeridad y foco en la canción bien construida es el verdadero credo de Ryder The Eagle. Sus letras son un auténtico festín metafórico de autoexamen, parodia e hipersensibilidad. Nunca sabes qué parte es real y cuál impostada, pero esto es lo bueno de una música que basa su autenticidad en el arrebato, aunque esté bien calculado: ¿cómo podría ser de otra forma? “Megachurch” es un disco autoproducido y autoeditado, pero sus nueve gemas melódicas presentan una factura menos lo-fi de lo que pudiese parecer. Es el trabajo de un sibarita disfrazado de vagabundo, de un tipo indudablemente más ordenado que el personaje que ha creado, entre cowboy de medianoche y almibarado
crooner de ferry. Sus canciones son melodías de
amour fou perturbado. Revestidas de drone y ritmos programados, manejan los tópicos con descaro, son a la vez tiernas y salvajes, sexuales y monacales –dos conceptos en absoluto antagónicos, como la historia nos demuestra–. Un disco, al fin, megaadictivo que deseamos escuchar en directo cuanto antes. ∎