No, el mundo no está preparado para un nuevo álbum de
Scott Walker. En tiempos de
fast food cultural, de convicciones débiles y de imperios porosos, un disco como
“The Drift” y un artista como Walker representan una conciencia demasiado dolorosa y penetrante, un arte tan descarnado y real que la mayoría de los mortales no están dispuestos a soportar. Su sola existencia es ya un acontecimiento de primera magnitud, pero al gran teatro de la cultura pop, anestesiado por mediocridades y neutralizado en su poder de revulsivo y espejo de la realidad, únicamente le queda el recurso de replegarse vergonzosamente ante monumentos como este y tildarlos de “pretenciosos e impenetrables”. Una cobardía que el tiempo sepultará, algo que, por supuesto, no ocurrirá con “The Drift”, una piedra preciosa que seguirá intrigando e hipnotizando a exploradores del futuro.
El caso Walker es, recordemos, uno de los más fascinantes de la historia de la música popular. Nacido como Scott Engel en enero de 1943 en Hamilton, Ohio (Estados Unidos), alcanzaría la notoriedad en Inglaterra a mediados de los sesenta con los (falsos) The Walker Brothers, un trío engendrado junto a John Maus y Gary Leeds. Un par de años de éxito masivo, la separación de los “hermanos” y el inicio de una carrera en solitario que lo reinventó como artista incómodo y poco convencional, transmutado en
crooner del lado menos amable de la vida. Con Jacques Brel como faro, los cuatro “Scott” editados entre 1967 y 1969 permanecen como una cumbre del pop de esa década, una isla fértil y exuberante donde han fondeado David Bowie, Marc Almond, Neil Hannon, Bryan Ferry, Richard Hawley, Edwyn Collins, Jarvis Cocker, Julian Cope, Nick Cave y todos quienes saben que la voz humana es el instrumento más inmediato y emotivo que existe. Walker no solo le quitó el polvo al concepto de
crooner, también se dedicó a derribar obstáculos en su papel de compositor imaginando lujuriosas y cinematográficas viñetas con subtextos –suicidio, totalitarismos, sexo– que no impidieron su ascenso en los
charts de la época.
Tras
“Scott 4” (1969), el telón (casi) se cierra: Walker se convierte en un misterio, en un personaje huidizo, recluido con sus fantasmas y sus tormentos. Seguirían varios álbumes con escasa repercusión y una coyuntural reunión con los “hermanos” que se finiquitó en 1978 con “Nite Flight”. Y el telón baja de nuevo, definitivamente, hasta que Fontana pone en la calle en 1984
“Climate Of Hunter” (reeditado este año por Virgin), la piedra fundacional de la última etapa del genio, un guadianesco deambular que desde entonces ha producido
“Tilt” (1995), el
soundtrack de
“Pola X” (1999) y ahora este “The Drift”, auspiciado por los samaritanos de 4AD.