No sé si la habrá buscado a conciencia, pero Steven Munar (Palma de Mallorca, 1971) ha dado con una gozosa tercera vía en el séptimo álbum que publica a su nombre. Incluso podría ser una cuarta. Y eso dice mucho en favor del afán de exploración de un tipo que lleva más de tres décadas dándole a esto. Ni las melodías quebradas a lo Captain Beefheart, Frank Zappa o XTC de sus primeros trabajos, ni los espasmos rítmicos a lo Talking Heads o David Bowie (en su etapa de funk plástico, claro) de su fase –digamos– intermedia, ni tampoco la quinta marcha de aquella colección de dianas pop que acumuló en el radiante “The Fish And The Net” (2021), que ya se presumía como el más completo. Aquella parecía su obra definitiva, y ahora resulta que no lo era. Esto es otra cosa. Algo hizo clic (o crac) hace un par de años en su cabeza. Ha sido franquear el portón de los cincuenta, recapitular y buscar refugio en las personas y en los lugares que de verdad importan e incluso arañar cierta idea de trascendencia, de calor en la fe, para dar con esta nueva versión que no rompe con las anteriores pero sí afloja bien el nudo que a ellas la une: más reflexiva, honda, serena y elegante.
También majestuosa, incluso, porque desde el momento en el que empieza a sonar “Twelve Valleys” se funde algo de la gallardía de Scott Walker con la delicadeza de unos coros femeninos en un crisol que suena arrebatadoramente mediterráneo sin evidenciarlo de forma flagrante, en algún punto entre los Tindersticks y Los Valendas de Xavier Escutia (otro profesor de inglés mallorquín, como el propio Munar). Los referentes, las tangentes y los influjos se amontonan en la cabeza de cualquiera que muestre una mínima empatía con un trabajo tan sensual, sentido y exuberante como este, diverso en su modo de mostrar sus encantos.
Me resulta imposible no acordarme del Perry Blake de “California” (2002) al oír “A Spark Of Life”, tan cerca del soul de ojos azules. No reparar en Leonard Cohen al son de la gravedad sintética de “The Tide”, al menos hasta que una trompeta sazona su tramo final. O no remitirme a la grácil suntuosidad de The Walkabouts cuando llega “Seven Mile Trail”. Son ecos que conviven con un folk-pop que no es exactamente el que solía frecuentar, palpable en “Better Move On” (esos aplausos enlatados cuando dice que podría haber sido una estrella del rock) o en “Three Left Clover”. Ambas allanan el camino al que es pináculo del disco y diría que también de su entera carrera: el sensacional medio tiempo “Sailing Days”, con su sección de cuerda y un melodramatismo pop que suena a manifiesto vital modulado en la escuela arreglística de Burt Bacharach y en la fragua expresiva de Suede (también es la más larga: cuatro minutos y treinta y seis segundos). No es de extrañar que la avanzara hace justo dos años, porque es la que con más rotundidad plasma el actual giro. “I Feel For You”, piano y guitarra acústica mediante, abrocha con orgullosa confesionalidad un trabajo de belleza vidriosa, que reclama por enésima vez que a su autor se le haga bastante más caso. ∎