“The Year Of The Rabbit” (2012) fue la primera partitura que Sufjan Stevens destinó a la danza. Desde entonces, y siempre de la mano del coreógrafo Justin Peck, ha producido cuatro libretos más, si bien solo “The Decalogue” (2017), además del que ahora nos ocupa, gozan de edición discográfica. Por cierto, sin salirnos enteramente de escena, parece que el neoyorquino también está trabajando en una adaptación teatral de “Illinois” (2005), uno de sus álbumes de canciones más conocidos.
“Reflections” es un antiguo encargo de la Houston Ballet Foundation que fue estrenado en 2019. Escrito para dos pianos –y once bailarines–, Stevens cede su ejecución a dos prestigiosos teclistas jóvenes, Timo Andres –el californiano de Palo Alto que ya aparece en “The Decalogue”– y Conor Hanick. Su objetivo es transmitir la sensación de movimiento –o de “energía, luz y dualidad”, según su autor– a base de un dinamismo contrapuntístico que recuerda un poco a las composiciones más enérgicas, con un punto de atonalidad y por tanto menos accesibles, de Debussy, Satie o Frederic Mompou.
Solo “Reflexion” ofrece algo de recogimiento melódico –y melancólico– donde poder refugiarse a lo largo de su casi antitética matriz, o sea, el mismo álbum “Reflections”. Es también el único tema que sugiere un sentido de “reflexión” pausada como variedad eidética de “reflejo”. En cualquier caso, ambos términos responden a la dinámica de propuesta-respuesta que estructura las piezas y que también podría referirse a su misma funcionalidad programática como música destinada a la danza. Parafraseando al filósofo surcoreano Byung-Chul Han, una actividad esta última exclusivamente humana, opuesta al mero andar rectilíneo y un lujo totalmente sustraído al principio de rendimiento.
Porque “Reflections” es todo arabescos, glissandos, abstracciones, cambios de sentido y otras complejidades musicológicas difíciles de valorar pero entendemos que bien opuestas a cualquier atisbo de minimalismo. Su portada, a cargo de Jessica Slaven, se inspira en el simultaneísmo abstracto de Robert Delaunay, y todas las piezas pueden visualizarse como una serie videográfica de coloridos caleidoscopios. Solo “Ekstasis” goza de una filmación dirigida por Brian Paccione que muestra la esencia de este álbum hecho a base de vertiginosos y aun así íntimos diálogos pianísticos entre Andres y Hanick.
“Rodinia” –el supercontinente del proterozoico con sentido etimológico de “patria”– también sirve para amortiguar el ritmo frenético de un álbum refrescante en su rancio academicismo que se regodea sin reparos en esa faceta extramusical culta, casi esotérica, tan recurrente en los compositores decimonónicos citados –a los que podríamos añadir Stravinski rozando la hipérbole–. Títulos de corte clásico como “Mnemosyne” –titánide personificadora de la memoria–, “Euphoros” o la mencionada “Ekstasis” remiten a un pasado mítico que contrasta con el grimoso presente y con el colofón cinéfilo-paródico de “And I Shall Come To You Like A Stormtrooper In Drag Serving Imperial Realness”. Stevens identifica su propia obra con una cornucopia de estilos y “Reflections” no hace más que reforzar su bien entendido eclecticismo. ∎