Superchunk me volaron la cabeza con “In The Mouth” (1993), su tercer disco, a la edad en la que empezaba a explotarme granos. Eran punk y eran pop y tocaban rápido. Tenían esa energía que necesitaba escuchar. Su siguiente álbum, “Foolish” (1994), se convirtió en otro de mis favoritos de todos los tiempos, y leí con fervor la crítica del que vino después, “Here’s Where The Strings Come In” (1995), en Rockdelux. Ahí se sentenciaba que además de ser un muy buen trabajo tenía una canción final inmejorable, ¡y claro que estuve de acuerdo! Por algún motivo que no alcanzo a recordar, de repente dejaron de interesarme con el mismo fervor, y de “Indoor Living” (1997) a “I Hate Music” (2013) los escuché sin la pasión necesaria como para que me emocionaran del mismo modo que antaño. Sin embargo, cuando hace cuatro años editaron “What A Time To Be Alive” (2018) en plena era Trump, con toda esa furia fluyendo a chorros de sus guitarras, volvieron a hacerme sentir como aquel adolescente que flipaba con ellos en los 90. Habían vuelto a casa conmigo.
Por todo esto, esperaba este nuevo disco como se esperan a las cosas que más quieres. Este sentimiento es peligroso, porque por norma general te acerca más a la decepción que a la satisfacción, y hay que andar con pies de plomo y cabeza fría para poder hacer una valoración en su justa medida sin dejarse llevar por la visceralidad de la primera impresión. Porque, además, la primera impresión me ha dejado tibio, ni frío ni caliente. No sabiendo muy bien qué pensar. ¿Me gusta o me aburre? Nunca hasta ahora ha habido un disco de Superchunk tan repleto de invitados, ni han sonado tantas cuerdas, pianos ¡o saxos! Por no hablar de las guitarras acústicas, mayoría aquí. Por favor, ¡por favor!, que este no sea su disco “de madurez”.
“City Of The Dead” comienza con un arpegio en una guitarra acústica al que pronto se suman el bajo y la batería (tocando el aro de la caja, a modo de balada), además de unos curiosos arreglos de cuerda obra de Owen Pallett. La guitarra eléctrica entra más tarde, dando vidilla a la canción, que termina convirtiéndose en otro estribillo memorable. Me suena más a canción de uno de los discos en solitario de Mac McCaughan, cantante y guitarrista, además de principal compositor del cuarteto (la formación sigue intacta desde sus inicios con Jon Wurster a la batería, Jim Wilbur a la guitarra y Laura Ballance al bajo). “Endless Summer” arranca con tal jovialidad y perfección pop que bien podría formar parte del repertorio de otros favoritos de siempre, Teenage Fanclub. Lógico, porque dos de los escoceses (Norman Blake & Raymond McGinley) colaboran aquí haciendo unos coros perfectos. Es una de mis favoritas del disco.
“On The Floor” comienza al más puro estilo Superchunk para más tarde transformarse en algo nuevo por obra y gracia de los arreglos de piano de Franklin Bruno, músico y productor con una sólida carrera en solitario y que ha colaborado con bandas como The Mountain Goats. En la siguiente, “Highly Suspect”, el colaborador es el trompista Kelly Pratt, al que se le puede ver en Beirut o en la banda de David Byrne. La canción no está mal, pero no destaca por nada en particular y se olvida pronto. “Set It Aside” es una bonita y breve balada acústica con nuestros cuatro fantásticos en modo suave, haciendo volar su lado más hermoso. Me recuerda a lo mejor de Dean Wareham en solitario, y me encanta.
“This Night” arranca con más arreglos de cuerda a cargo de Pallett, y suma los coros de Tracyanne Campbell, de Camera Obscura. Suena a Superchunk en modo unplugged. “Wild Loneliness” sube el tempo pero no la intensidad. Cuenta con un solo de saxofón a cargo de Andy Stack, aka Joyero en su aventura en solitario y miembro del dúo Wye Oak. “Refracting” nos devuelve a los Superchunk punks que tanto amamos, aunque un puntito por debajo de la electricidad urgente de antaño. “Connection” es otro medio tiempo bonito sin más que encara la pista de salida para que “If You’re Not Dark” eche el cierre al disco contagiándose de la épica de Sharon Van Etten, que impregna los coros del estribillo con su personalidad arrolladora. Gran canción.
“Wild Loneliness” no es en absoluto un mal disco, pero sí uno por debajo de lo que me habría gustado escuchar en una banda como Superchunk. Digamos que es su álbum más acústico, y que quizá tenga demasiados invitados (y demasiados altibajos). Pero a estos cuatro jovenzuelos en sus cincuenta se les perdona todo, hasta cuando se ponen demasiado adultos. ∎